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El jardín de Bomarzo

El sentido de la manada

El caso Wanninkhof es hoy considerado como uno de los errores judiciales más graves de la época moderna de la justicia española

Publicado: 04/05/2018 ·
12:21
· Actualizado: 04/05/2018 · 18:30
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El caso Wanninkhof es hoy considerado como uno de los errores judiciales más graves de la época moderna de la justicia española. Un jurado popular declaró culpable a Dolores Vázquez por la muerte de Rocío Wanninkhof en octubre de 1999 y lo hizo en un ambiente de histeria general incentivada tanto por los medios de comunicación como por las aglomeraciones de personas que, unidos todos, exigían la casi decapitación de Dolores Vázquez, a quien su rictus serio y su rostro de mala casi condenó antes del juicio. Quien osaba dudar sobre la culpabilidad de aquella mujer era tachado de insensible, como poco. Unos años más tarde, el asesinato de Sonia Carabantes demostró la culpabilidad de Tony King y la inocencia de Dolores Vázquez, que por entonces llevaba 519 días en prisión y que en 2015 vio denegada su petición de ser indemnizada por el Tribunal Supremo con cuatro millones de euros por una "cuestión formal" en el planteamiento de su demanda -habría que preguntarse qué tipo de cuestión llevó a seguir el dictado popular y con craso error condenarla para el resto de su vida...-. Desde entonces, vive refugiada en una pequeña localidad al este de Londres, donde gestiona los horarios de empleados de una empresa de reparto. Olvidada y repudiada por todos, nadie le pidió perdón, ni la justicia, ni los medios de comunicación, ni mucho menos todas esas personas que a diario gritaban contra ella a la entrada o salida de los juzgados y que casi pedían colgarla a soga lenta del mástil más alto como en el viejo oeste se hacía con los cuatreros sin que mediara juicio alguno.

Todos llevamos un juez dentro, con toga, ribete, puñetas y maza. Impartir justicia es por tanto casi un hobby nacional y, de hecho, somos en general bastante dados no solo a detectar enseguida a un culpable sino a determinar la sentencia que merece y, normalmente, la condena impuesta y la pena a sufrir nos parece corta. Obviamos que el castigo no es solo la privación de libertad, que a veces es lo de menos comparada en según qué casos con los años previos a la celebración de juicio y las noches sin dormir porque la justicia, además, es lenta, muy lenta; está también el castigo que sufre un entorno familiar que de algún modo queda estigmatizado con la palabra cárcel sin ser culpable de nada, al margen del hecho de vivir en unos pocos metros durante años, aguardando a diario el paseo por el patio para estirar piernas. Dicen los que lo saben que es fácil derrumbarse cuando entras por primera vez en la celda y oyes el clan que hace el cerrojo de esa puerta con barrotes que te confirma que estás preso y que has perdido algo tan sumamente valioso como es la libertad. Y la has perdido por cometer un delito, claro está, pero es conveniente ser consecuente con la dureza del castigo y del hecho que pasar diez, seis, cuatro o dos años entre barrotes, día tras día, debe resultar terrible -merecido, en todo caso-. Además, la vida entre rejas no es igual para el que su mundo es la delincuencia que para quien cometió un gravísimo error o, en determinada circunstancia culpable, se le fue la cabeza. En este caso, compartir espacios con personas que no son, en absoluto, de tu entorno conlleva un extra de penosidad. Por todo ello, impartir condena en años de cárcel no parece asunto menor, sea para quien sea. Cuestionar sentencias o decidir condenas desde la calle, desde los medios de comunicación, sin conocer la realidad de los hechos es cuanto menos osado y en algunos casos, como el de Dolores, incalificable.


La manada de animales solo requiere que sus miembros caminen juntos y obedezcan al macho alfa o a la hembra gamma, lo hacen sin detenerse a pensar demasiado porque ser miembro de una manada es aceptar por dogma lo que te viene dado. Hay muchos tipos de manadas. Un hombre que lo es en su correcto concepto y que tiene la costumbre de vestirse por los pies no hace jamás lo que los cinco innombrables a esa chica en Pamplona porque eso no es de hombres, pero distinto es determinar hasta qué grado cometieron abuso o violación y desde luego parece muy atrevido que tantos y tantos se atrevan a enjuiciar el hecho sin haber estado allí, sin haber visto el video, sin haber participado en el juicio ni oído las declaraciones, dictando sentencia popular al estilo de aquellos otros cuando lo de Dolores Vázquez.

Todo esto se enmarca dentro de la tensión actual que viven las relaciones entre hombres y mujeres y, de hecho, ver pancartas entre manifestantes con proclamas al estilo de "porque eres mujer te creemos" resulta descorazonador para cualquier hombre, sobre todo para esos que a diario viven con honestidad y respeto a todo ser humano y que de un tiempo a esta parte comienzan a sentirse sospechosos por el mero hecho de haber nacido hombres. Y hay hombres buenos, tanto como mujeres buenas, y hombres malos, tanto como mujeres malas. Por encima de todos hay personas, hombres y mujeres, buenos y malos, buenas y malas, pero estos días queda la sensación de que se están enjuiciando otras cosas y a riesgo de ser políticamente incorrecto creo necesario detener la rueda un poco, abstraernos de marchamos y opiniones públicas impuestas y analizar la situación desde la perspectiva del hombre bueno sin temor a ser llamado machista, ni cortarnos ante ese riesgo. Y es un riesgo.

Es un hecho que demasiadas mujeres viven situaciones de violencia de género, psicológica y/o física. Ante lo cual hay que ser inflexible con el hombre que la lleva a cabo. Indudable es que hay que ahondar en la educación de los niños, niñas y jóvenes, bajo las premisas de igualdad y respeto mutuo. Incuestionable es que la sociedad tiene que tener más y mejores mecanismos de protección para las mujeres víctimas de esta violencia y para estos casos una dura Ley y una justicia preparada para aplicarla inflexible, sin dilaciones y sin intromisiones. La independencia de nuestro poder judicial no sólo se ve gravemente lesionada cuando hay injerencias del poder político, también en todos los casos que se convierten en mediáticos y son pasto de juicios populares previos y paralelos. No estaría mal que una Ley prohibiese debatir y manifestarse sobre cuestiones sub iudice. Proteger la independencia de los jueces en su trabajo y toma de decisiones creo que nos conviene a todos y ayudaría a recuperar el crédito perdido por tantas sentencias injustas. Pero también sería conveniente que se alzaran voces, sin miedo a críticas preestablecidas, protegiendo a esa mayoría de hombres honestos y buenos que cada vez se sienten más inseguros ante una sociedad que monta un sistema donde ser hombre le convierte en candidato destacado a mutar en agresor o violador. Donde ante un conflicto familiar, o con la pareja o con la compañera de trabajo o con cualquier mujer, parece que la presunción de inocencia sólo es derecho de la fémina. Todos conocemos casos de hombres indeseables que, como tales, no merecen ejercer ni de padres, pero también conocemos otros que siendo gente buena sufren alejamiento de sus hijos, que son utilizados por la madre como ariete contra él. Sin contar la de tantos y tantos hombres buenos que por dejar de querer a la pareja son literalmente arruinados. Todos conocemos casos de hombres deleznables que acosan a mujeres y han de tener una dura condena. Pero también todos conocemos casos de mujeres acosadoras, con un acoso quizás más elaborado, mas maquiavélico o medido, pero que te puede terminar hundiendo la vida y que si te plantas y denuncias puede ser el hombre quien termine condenado porque en este ámbito la palabra de la mujer, hoy por hoy, prima. Y eso tampoco es justo.

Es obvia la necesidad de proteger a mujeres que sufren acoso y la justicia debe actuar con dureza contra el acosador, pero esta sociedad debería empezar también a proteger a los hombres honestos que se ven atrapados por mujeres que sacan provecho de una situación ventajosa porque conocen de su superioridad en esta materia. Nuestra sociedad debe ocuparse de que la justicia, con total independencia y objetividad, aplique el principio de igualdad de trato, sin que sea tildada de machista cuando se reconozca que los hombres también pueden necesitar protección de mujeres con mala condición. Todos -todos- sabemos que hay cosas que la mayoría, hombres y mujeres, piensan y no dicen porque resulta improcedente, peligroso o incorrecto. Es difícil determinar lo que pasó aquella noche en aquel portal de Pamplona, hay que confiar en la acción de la justicia y apartarse del sentido de la jauría popular que clama sangre como una manada enloquecida porque desde esa óptica lo fácil es errar y, socialmente, dejar de tensionar la relación entre hombres y mujeres porque ese camino no conduce a nada bueno. Luchar todos unidos contra el acosador, sea del sexo que sea.

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