La idea inicial era asentar colonos procedentes de países extranjeros o de provincias españolas no limítrofes en una trama urbana diseñada según una retícula de calles orientadas según líneas este-oeste y norte-sur. Se desarrollaba a partir de dos grandes ejes perpendiculares que se cruzaban en el centro, que era la plaza principal, determinando manzanas simétricas y rectangulares con casas de dos plantas.
El crecimiento de la ciudad se hizo inicialmente a lo largo del eje longitudinal (este-oeste). Se fueron habilitando plazas de distintas formas, partiendo de las Torres de la Aduana que dan acceso a la ciudad desde una plaza circular. A partir de 1810 la ciudad crece poco, como consecuencia de la abolición del Fuero Especial de las Nuevas Poblaciones, que hasta entonces había impulsado su desarrollo.
Por ello, no llegan a completarse las zonas situadas en los vértices noreste y noroeste. En este periodo dejan de respetarse las indicaciones del proyecto inicial, no se ejecuta la plaza simétrica a la de de La Aduana y las edificaciones se hacen de una sola planta.
La transformación de la ciudad
La vida de La Carolina cambia con la fiebre de la minería, ya que acoge un gran número de inmigrantes, por lo que la necesidad de viviendas es una constante. Se hace necesario un ensanche que traza nuevas calles en el cuadrante noroeste. Este espacio se circunda por algunos barrios y casas de mineros situadas cerca de los caminos que conducen a las minas.
A lo largo del período de mayor esplendor minero, La Carolina vivirá un gran crecimiento de su población que llegará a casi los 20.000 habitantes, cuadruplicando la cifra de 1870, originándose una radical transformación de la ciudad, en la que se construirán un gran número de edificaciones, públicas y privadas, que modificarán sustancialmente la infraestructura urbana.
En la segunda mitad del siglo XIX, coincidiendo con el auge de la minería, surgió una burguesía emprendedora que se identificó con un nuevo modelo arquitectónico, el historicismo ecléctico, que dejó algunos edificios de interés en el centro. Igualmente, la ciudad se embellece con arboledas y paseos y se dota de establecimientos públicos y privados que dotan la ciudad, llegándose a establecer el servicio de alumbrado eléctrico.
Una ciudad ilustrada
En muy pocos años esta ciudad, al igual que había ocurrido anteriormente con Linares, se transformaría en una importante población, donde se palpaba la prosperidad. Así, espacios públicos para el ocio, entidades bancarias de implantación pionera a nivel de provincias, actividades comerciales muy diversas y centros de enseñanza especializada, entre otros, hicieron de estas ciudades ejemplos únicos en un vasto territorio.
Una difícil y azarosa actividad como la minera, demandaría lugares donde buscar una válvula de escape a tanta presión. La ciudad haría suyas, en su vida cotidiana, un buen número de opciones para el tiempo de ocio. En todo caso, a la cabeza, el ‘itinerario etílico’ (taberna, café, burdel) del minero de a pie, en el contexto de una ciudad donde las fiestas alcanzaron tal magnitud que la llevaron a ser considerada como un centro de diversión.
Distrito minero la carolina
En 1841 España estaba dividida en los siguientes Distritos: Adra, Águilas, Almadén, Linares, Madrid, Marbella, Río Tinto, Rivadeo y Tarragona. La Inspección de Linares, cabecera del Distrito, comprendía las provincias de Jaén, Córdoba y parte de la Mancha: Partidos de Valdepeñas y Santa Cruz de Mudela.
La propiedad minera, también llamada ‘concesión’, consistía en una superficie cuadrada o rectangular, de profundidad limitada, definida por el peticionario y que el Estado, como único propietario del subsuelo, le cedía por periodos de treinta años renovables. Sobre esta superficie el concoesionario podía disponer los pozos e instalaciones necesarios para la realización de la actividad minera, previo acuerdo con el dueño de la finca.
Cada una de las concesiones que eran solicitadas al Estado debían de ser debidamente registradas por los ingenieros responsables del Distrito. Otras de las obligaciones consistía en marcar las concesiones sobre el terreno, para lo que colocaban mojones de piedra en sus vértices, muchos de los cuales pueden observarse actualmente. Fueron muchas las empresas mineras que se instalaron en el Distrito Minero de Linares y de diversas nacionalidades: inglesas, francesas, alemanas, belgas y españolas.
Metalúrgica los guindos
El origen de la compañía se remonta al 3 de marzo de 1899, en que se constituye la ‘Sociedad Minera El Guindo’, arrendando una concesión de explotación firmada por Isabel II en 1866. El capital inicial fue de mil acciones de 500 pesetas y se llegó a ampliar hasta 20 millones de pesetas en 1907. En 1920 se sitúa como una de las mejores compañías mineras de España y se disuelve para constituir la Compañía Minero Metalúrgica ‘Los Guindos’, con un capital de 50 millones de pesetas dividido en acciones de 500 pesetas cada una.
La compañía abrió un segundo pozo en La Manzana en 1908, al que le seguirán la Urbana (1911), San José (1914) y La Española (1916). También se realizaron inversiones en otras empresas mineras del distrito. A partir de 1920 la nueva sociedad se hizo cargo de otros establecimientos mineros: La Aquisgrana (1920), Curas-Soldado y Coto Atila (1924) y La Culebrina (1930). En 1921 construyó en Málaga una fundición y una barriada obrera.
La Sociedad fue introduciendo paulatinamente innovaciones tecnológicas, con máquinas de vapor y generando después corriente eléctrica (continua primero y alterna después) para mover la maquinaria. Las explotaciones contaban con modernas instalaciones de extracción, desagüe, lavaderos, así como un cable aéreo desde las minas hasta el ferrocarril de Linares a La Carolina. El agotamiento de los filones y la caída del precio del plomo forzaron su cierre en 1984.
Las labores mineras
Arrancar las riquezas escondidas en el interior de la tierra era la finalidad del minero. El mineral de plomo y plata del distrito fue explotado en su mayor parte. Los mineros descendían a la mina a través del pozo maestro, que daba acceso a las galerías. Utilizaban una jaula que también servía para extraer el mineral.
Antes de la explotación las galerías se fortificaban con portadas de madera que retenían el mineral arrancado en el realce y permitían el paso de los mineros y del material. Por la galería el minero accedía a su zona de trabajo. El martillero perforaba en el frente para introducir dinamita y provocar la voladura. Las tierras eran retiradas en vagonetas y extraídas a la superficie a través de los pozos maestros. Una serie de instalaciones recorrían la galería para aportar a cada frente agua, aire comprimido y aire de ventilación.