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'Los crímenes de la academia': una investigación sin emoción

Adaptación de la novela de Louis Bayard, la historia ficciona a su vez sobre Poe, en una película de brillante factura pero sin alma

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Los crímenes de la academia es el título más efectista con el que los programadores de Netflix en España han decidido rebautizar  The pale blue eye, nuevo trabajo del realizador Scott Cooper (Corazón rebelde, Black Mass) a partir de una novela de Louis Bayard que ficciona sobre una serie de crímenes cometidos en la célebre Academia de West Point y en cuya investigación involucra al mismísimo Edgar Allan Poe, que ejercía como recluta en la misma en el año 1830, en que se ambienta la acción.

El protagonista, en realidad, es Augustus Landor, al que da vida Christian Bale, un detective retirado, viudo y atormentado al que recurre el ejército en busca de la máxima discreción para poder dar con el autor de un macabro asesinato, el de un soldado al que han encontrado ahorcado y con el corazón extirpado.

El punto de partida es francamente atractivo; sin embargo, el desarrollo posterior de la película discurre por dos caminos opuestos. De un lado, el de una brillante puesta en escena apoyada en la excelente fotografía de Masanobu Takayanagi y la banda sonora de Howard Shore -compositor casi de cabecera de los últimos trabajos de Scorsese y Cronenberg-, que presta una minuciosa atención a la ambientación, el detalle y, sobre todo, los paisajes nevados que envuelven a los personajes. Del otro, una narración carente de emoción y de suspense, lo que la convierte en una película casi sin alma, pese al pretendido final sorpresa con el que reivindica y eleva la figura de Poe, al que da vida Harry Melling.

Además de Bale -en su tercera participación en un filme de Scott- y Melling, la cinta cuenta con un atractivo plantel de secundarios a los que no se saca especial partido, salvo para forzar sus gestos contrariados, como ocurre con Gillian Anderson -que siempre me ha parecido una actriz muy interesante, más allá de su fama por Expediente X-, o Timothy Spall -demasiado episódico y caricaturizado-. Pero también encontramos a unos desaprovechados Toby Jones, Charlotte Gainsbourg y el gran Robert Duvall, limitado a tan solo unos segundos en pantalla.

Puede que Cooper haya tenido muy claro cuál era el concepto visual desde el que se quería aproximar al relato de esta historia, pero sus intenciones finales parecen haber quedado congeladas entre tanta nieve y escarcha.

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