Carla Simon -Barcelona, cosecha del 86- era una niña de seis años en el verano de 1993, el primero que pasó sin su madre, ya que su padre había muerto tres años antes, ambos de un virus devastador en esa década del siglo pasado. El primer verano de su nueva vida sin ella. El primer verano de su orfandad más absoluta.
El primer verano de un cambio radical de ambiente y entorno familiar; de la ciudad al campo; de una familia que la arropaba y mimaba, a otra que le imponía límites y le fomentaba la autonomía. El primer verano en el que no fue hija única, sino en el que tenía, al tiempo, una prima, una hermana pequeña y una rival en su nueva casa.
El primer verano en el que contempló un mundo diferente, con ojos diferentes. El primer verano en el que tuvo que afrontar la convivencia con unas personas tan próximas como extrañas. El primer verano en el que le faltó la incondicionalidad afectiva. El primer verano en el que comprobó que su herencia podía ser una maldición y que su sangre asustaba a otros.
El primer verano, lleno de ambivalencias emocionales, en el que debió enfrentarse a su propio lado oscuro. El primer verano de la culpa. El primer verano en el que compartir cuidados y atenciones. El primer verano de los celos. El primer verano de su nueva vida y del resto de su vida sin su madre. El primer verano en el que afrontó la pérdida y la muerte. El primer verano del duelo…
Todos estos retazos, momentos, emociones, relaciones y vivencias de una estación tan crucial para la niña que fue, nos es narrada por la realizadora en un tono tranquilo, sereno, sutil, elegante, complejo, emotivo y sensible, atento al diapasón sensitivo de la mirada de la protagonista, una prodigiosa Laia Artigas.
No tiene una narrativa convencional, sino que va capturando los instantes con unas sabiduría y madurez impropias en una debutante. Con una naturalidad desarmante. Y en ellos, paso a paso, se teje la historia de Frida, sí, muy principalmente.
Pero también de una pareja, excelentes David Verdaguer y Bruna Cusí, unida y enfrentada ante la nueva situación familiar y por su forma de educar a las menores. Pero también de la benjamina, una arrebatadora Paula Robles, que quiere y admira a su prima-hermana, de la que, sin embargo, recibe más de un disgusto. Pero también del resto del grupo familiar, hijos todos de su tiempo…
96 minutos de metraje. La escribe la propia Carla Simón, quien se la dedica a su progenitora. La excelente fotografía es de Santiago Racaj y la no menos notable banda sonora de Ernest Pipó. Mejor Ópera Prima y Gran Premio del Jurado en Berlín. Biznaga de Oro y Premio Feroz de la Crítica en Málaga, son algunos de sus múltiples reconocimientos.
La animalista que esto firma, solo tiene que reprocharle la terrible escena de la ficción del asesinato de una oveja que -aunque se lea en los títulos de crédito que ningún animal fue maltratado durante su rodaje- debió ser objeto de una elipsis o de un fuera de campo. Por lo demás, es una pequeña gran joya, una de las películas del verano y del año, que nadie, en su sano juicio, debería perderse.