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Todo está ferpecto

Atesore libros y téngalos siempre a mano y léalos y vívalos

Recuerde que solo hay dos tipos de idiotas, los que prestan libros y los que los devuelven; pero regalarlos a quien quieres es el acto de amor más valioso

Publicado: 20/04/2024 ·
20:15
· Actualizado: 27/05/2024 · 09:16
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  • Libros. -
Autor

Daniel Barea

Yo soy curioso hasta decir basta. Mantengo el tipo gracias a una estricta dieta a base de letras

Todo está ferpecto

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En vísperas del Día Internacional del Libro, permítame un consejo: atesore libros y téngalos siempre a mano.

En la mesa de noche, para arrullarles antes de conciliar un beatífico sueño o, en caso de que sus tribulaciones le desvelen, para que les devuelvan la calma y la paz arrebatadas por la pesadilla.

En el salón, junto al sofá, para mimarse cuando tengan la tentación de zapear inútilmente o comenzar un indigesto maratón de cualquier serie o deslizar compulsivamente la pantalla de su móvil.


En el baño, porque los libros ayudan a que los problemas del tracto digestivo remitan y no tendrá que guardar ansiolíticos detrás del colutorio.

En la cocina, porque no solo de pan vive el hombre y uno no siempre tiene la suerte de calentar, qué sé yo, un suculento plato de garbanzos con langostinos de M.

En la mochila porque las salas de espera son lúgubres y en los trenes hay mucho ruido y los libros son luminosos y armónicos.

Atesore libros y téngalos siempre a mano y léalos. Hágalo con prisa si no queda otra, lentamente, con fruición, si lloran, si se siente eufóricos o apesadumbrados, hambrientos o ahítos, insomnes, solos o acompañados, sin mirar el reloj, con música de fondo, en la playa, sentado sobre el tocón de un árbol, mientras llueve y hasta que escampe, ya sea lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo, antes de salir a cenar, cuando vuelva a casa después de bailar como si se fuera a acabar el mundo, cuando su amante se haya dormido tras hacer el amor durante horas.

Lea. Y aproveche los libros que lea porque cada uno le hará cuestionarse un buen montón de cosas sobre usted mismo y sus circunstancias, la de su entorno, de la humanidad. Si elige bien los títulos (haga caso al librero, fíese de su intuición, acepte sugerencias), quizá no obtenga muchas respuestas, con toda seguridad no obtendrá respuesta alguna, pero, de fijo, podrá formularse las preguntas adecuadas y entonces hará añicos sus prejuicios y sus principios morales, éticos y estéticos. Acabará convencido de que al mundo le falta literatura. Lástima.

Atesore libros y téngalos siempre a mano y léalos, aprovéchelos, y se verá envuelto en una doble vida que le hará inmensamente feliz porque en la ficción todo es posible. Podrá decidir, entonces, si continúa enredado con los números de la declaración de la renta o acompañar a esas personas hechas de letras que aguardan para continuar con sus vidas cuando abra el libro y podrá sentir en su propia piel sus tormentos, sus alegrías, sus deseos, sus desventuras y Hacienda será poca cosa.

Es terriblemente maravilloso. Lo he admitido, sigo aferrado a Son de Mar como un náufrago a una tabla en mitad del océano, bajo la tormenta, para mantener la fe en el amor que trasciende la vida y la muerte; temo acabar como José Matías; y acudo a Salinas, a Sabines o Machado, Lorca, a Vilariño, para hallar en sus versos el camino correcto, acudo a la poesía petrarquista para consumirme en mi pasión mal contenida.

Quizá tenga la buenaventura que he tenido yo de encontrar con quien compartir el hasta ahora íntimo placer de la lectura. Nos leemos. Y entonces, la doble existencia se confunde en una sola, literatura, carne, saliva, y la felicidad es absoluta.

Al respecto, permítame un último consejo. No olvide que solo hay dos tipos de idiotas: los que prestan libros y los que los devuelven. Pero no hay acto de amor más valioso que regalar, valga como ejemplo, tu vieja y preciosa edición de Los Organillos, de Henri-François Rey, de 1967, a quien quieres con todo el alma, donde la encontraste antes de conocerla, donde acudirás si no estuviera. Donde late tu corazón y el suyo.

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