Fragua, yunque y martillo. Fuerza y fuego Se forja el metal. Dirige el herrero. Suena una melodía, un canto de onda sensibilidad y sublime expresión. Alguien anota “el valor de las cosas cotidianas”. El valor es virtud mientras sus límites están bien definidos. Amor y valor siempre han competido en el terreno poético desde la Iliada y la Odisea hasta nuestros días. Belleza, creatividad, deleite y persuasión, sus mejores cualidades. Instinto y deseo sexual son precisos para que alcancen a ver la luz nuevos seres. El amor es imprescindible para poder ver esa luz con los ojos del alma. Fragua y felicidad están agrupadas - gracias a ser fieles a su letra de comienzo - en el mismo compartimento en el diccionario de la Real Academia Española. Sus sueños y realidades los viven unidos sin que división o aislamiento hayan conseguido que ese vínculo ideal pudiera disgregarse. Sus símbolos de amor y admiración son el Creador y el herrero.
Cuando se sobrepasan los límites, el valor pierde su nombre como las aguas del río cuando se salen de su caudal y pasan a ser inundaciones. Aparece la temeridad, el empecinamiento o la obstinación y su expresión más desatinada y errónea: la locura. Se comienza a tener una arrogante opinión de sí mismo, a la que han contribuido tantos medios y apoyos que le han concedido a ese supuesto valor y una vez revestido con los mismos, hacen su presencia la soberbia, la altivez y una bárbara autoridad con la que intenta persuadir a la par que despreciar cualquier obstáculo vivo o inerte que pretenda resistírsele.
La herrería es todo un Estado. Gobierna el herrero con sus tres poderes. La fuerza de su mano que legisla y manda. La solidez del mazo o martillo para poder ejecutar lo que la mano manda. El martillear continuo que hará posible que el acero a forjar, mantenga la justa forma que quiere conseguirse. Nada es posible sin el “yunque ciudadano” que en silencio soporta sobre su dorso estos poderes del gobierno, que nunca serían posible sin su consistencia, constituyéndose en la base de toda la forja o Estado. El fuego es el todo, el creador de la llama sin la cual nada de lo descrito existiría.
La herrería a la que pertenezco tiene 17 talleres, cada uno de ellos con sus características específicas, pero todos unidos por un mismo fin, mientras el valor - o conjunto de valores - se mantenga dentro de sus límites, es decir, que cada uno cumpla los deberes que tiene asignados. Es preciso para ello que la herrería siempre sea una Jefatura de Estado. Que el herrero mantenga la fuerza de su mano para el continuo gobernar. Que el martillo golpee con toda su intensidad, que el yunque soporte con toda solidez, que el acero pueda forjarse y que no se consienta que la llama creadora pueda reducir el calor que la fragua precisa.
Nos impresiona la alta montaña rocosa. En ella todo es peñasco escabroso, solidez, impenetrabilidad y resistencia extrema, sin embargo, hay grandes oquedades dentro de ellas, las cuevas. Debilidades, fisuras, han dado lugar a que el agua filtrándose a través de ellas llegara a formar lagos subterráneos que degastaron las rocas más blandas o complacientes y quedaran las graníticas, y a que las aguas procedentes del cielo igualmente encontraran fisuraciones y sus gotas mineralizándose dieran lugar a las estalactitas y su caída al suelo las estalagmitas. Una y otras aguas, se erigieron en maestros esculturales de la belleza. Pero otras veces no es debilidad, sino la maldad de los accidentes de la naturaleza, desde el terremoto a los glaciares, quienes han dado lugar a estas oquedades actuando intencionadamente para alterar su estética hermosura y han puesto de manifiesto que lo malvado siempre finaliza siendo destructivo, demoledor o suicida.
Los 17 talleres de nuestra herrería tenían fisuras - goteras - en sus techos, fácilmente solucionables gracias a la solidaridad global que existía entre ellos y el humo de la fragua parcheando el blanco de las paredes daba belleza de arte cubista a las diferentes estancias. Se respiraba bienestar donde todo era antes miedoso silencio. Pero la nueva vida que marcó el año 1978, no tuvo eco en escuelas y aulas. Se siguió dando gran importancia al álgebra, geometría, trigonometría, derivadas o integrales y a una forma absurda de enseñanza sexual o para la ciudadanía. La prosa no lograba salir de su enrejado aposento y poetas y poesía eran elementos a utilizar cuando la “masa” precisaba sedación política. Nadie dijo la patria es nuestra amada, nuestra nación un bloque inquebrantable, nuestro país cinco siglos de historia que nos enorgullecen, nuestra canción un himno de sonidos musicales para evitar demagogias de pareados ripiosos.
Faltó el amor para forjar en invisible fragua, el ánima que un Estado precisa. Por eso aparecieron en la herrería/estado talleres qué. sobrepasando los límites de los valores establecidos, le han mostrado su soberbia, aires de superioridad, obstinación y finalmente la temeridad, que los llevo a “golpearla” con aíres de sedición.
Pero el herrero no quiere que el gobierno y sus poderes se le vayan de las manos. Se encuentra muy cómodo en su sillón de fragua y precisa que los talleres le apoyen de modo mayoritario para que sus posaderas sigan en el mismo lugar. Para ello no es que”ponga la otra mejilla” para que los delincuentes pudieran reflexionar sobre el daño que hacen, sino que genuflexa su columna vertebral y se dobla como las cañas ante el viento que los lleva a besar el suelo. Se hiere a un Código Penal que es capaz de perdonar, pero no de olvidar y dejar expedientes en blanco. Y la historia se repite en los últimos días, donde nuevamente el Consejo de Administración de los talleres de fragua, nuestro Parlamento, tiene que soportar insultos, amenazas y desprecios que se consienten porque se precisa el apoyo de quien las formula. La denigración es también económica, porque antes estos hechos se hacían pagando el interesado treinta monedas de plata y hoy día solo por siete y además abonadas mediante tarjeta/voto. Sillón y espejo donde reflejar el narcisismo no caben en una herrería que precisa forjar la unión y el bienestar (sin excepción) de todos talleres/comunidades. Si el martillo pesa, lo único que hay que cambiar es la mano incapaz de soportarlo.