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Doñana 50 años

Chozas y palacios

El gigantesco e irregular espacio que delimitan los cascos urbanos de La Puebla del Río, Villamanrique, Almonte y Moguer ha sido durante siglos un vacío.

Publicado: 20/07/2019 ·
18:32
· Actualizado: 25/07/2019 · 18:36
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Autor

Jorge Molina

Periodista, escritor y guionista. Y siempre con el medio ambiente como referencia

Doñana 50 años

Doñana cumple 50 años como parque y es momento de contar hechos sorprendentes

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El gigantesco e irregular espacio que delimitan los cascos urbanos de La Puebla del Río, Villamanrique, Almonte y Moguer (observen en un mapa lo de gigantesco) ha sido durante siglos una ‘terra nullis’ en cuanto a poblamiento estable. Además de casas de guardas y chozas de pastores, en los inicios sólo existieron la ermita de El Rocío y dos ‘palacios’. Con perdón del yacimiento romano, menor, del Cerro del Trigo.

Los palacios en realidad no pasan de cortijadas, pero así se denominan en la zona tanto por su magnitud, en contraste con un territorio prácticamente vacío, como porque en varios de ellos pernoctó algún rey en días de cacería.

La ermita del Rocío derribada en los años 60.

En el siglo XIII se construye el palacio del Rey, o del Lomo del Grullo, bien conocido por los rocieros al hacer ahí parada. Precisamente el epicentro romero, la ermita del Rocío, es la otra construcción más antigua, a la que se le adjudica la misma edad por una referencia escrita del rey Alfonso XI.

El palacio del Rey es propiedad hoy de la familia de Salvador Noguera, la misma que posee un tercio del palacio de Doñana. Este vinatero de La Palma tuvo un activo papel en la creación del parque nacional. No tanto como el del marqués del Mérito, el terrateniente que más hectáreas vendió para crear la pionera Reserva Biológica, pero fue uno de los tres iniciales a los que convenció José Antonio Valverde. El tercero fue González Gordon, el dueño de González Byass.

El siguiente en aparecer en escena es el Palacio de Doñana. Se construyó en el último tercio del siglo XVI por orden del séptimo duque de Medina Sidonia, para su esposa, Ana Gómez de Mendoza y Silva, hija de la Princesa de Éboli, una de las mujeres más influyentes de la corte de Felipe II. Dos siglos antes ya había en el sitio una torre con mazmorra, en la que pasaban noche detenidos y guardas que los custodiaban a lo largo de la vía pecuaria entre Almonte y Sanlúcar.

Hoy es propiedad estatal, de la Estación Biológica de Doñana, sólo en una tercera parte. Las otras corresponden a la del citado Noguera y a la familia González Gordon.

La relación de palacios se completa con dos del siglo XX. El del Acebrón ya fue comentado en este blog, fue un empeño en los años 50 de un yerno de Noguera, Luis Espinosa Fontdevila. El lugar resulta en verdad impresionante, y llevó a la ruina a su promotor. Hoy es un centro expositivo del espacio natural, situado junto a la bella laguna del Acebrón.

El de Marismillas arranca hacia 1900, cuando Guillermo Garvey se hace con una propiedad -Doñana- desde siglos atrás en manos del duque de Medina Sidonia. Es el duque de Tarifa el que levanta una década después este cottage al modo inglés, que ha sido sede de todo tipo de avatares de alto rango.

El dictador Franco vino varias veces, y a su rastro toda clase de empresarios y nobleza aspirantes a los favores del dictador. Desde la presidencia de Felipe González (que realmente no lo usaba, siempre prefirió el de Doñana) se utiliza como alojamiento para los presidentes españoles y sus invitados.

Por él han pasado desde Napoleón III a Kofi Annan, Helmut Khol, Tony Blair (que no paró de trabajar por ser días clave antes de la primera Guerra del Golfo), o Cavaco Silva, que llegaba de perder las eleciones y disfrutó de unas tristes navidades.

Todos los palacios se levantaron con la misión de acoger a los nobles cazadores que iban al coto de Doñana con los ojos brillantes. En aquél bosque biodiverso y montaraz se organizaban tiradas de venados, anátidas, lanceo de jabalíes, o el animal que se cruzase, desde linces a buitres o zorros.

La ‘high class’ compartía territorio con los trabajadores. La residencia habitual se producía en poblados de chozas marismeñas, fabricadas con lo que había: madera (sabina, enebro, pino), cubierta de arbusto (bayunco, brezo, barrón), y suelo de tierra apisonada. Todavía pervive el de la Plancha, aunque ya sin su último habitante. Se puede visitar en las rutas organizadas dentro del parque nacional.

Cuando funcionó el aserradero de La Plancha en los años 50, con unos 40 trabajadores ocupados, el poblado alcanzó su máximo.

Las casas de guardas se distribuían por los partidos de Doñana (Vetalengua, Santa Olalla, Marismillas…), para alojar al hombre encargado de preservar el orden establecido por el dueño de esa parte del coto de caza. Vivía con su familia, gozando de igual dosis de belleza y dureza, ya que la marisma inundada no es precisamente un entorno que facilite la movilidad. No digamos si alguien enfermaba y debía ir en mulo a Almonte o Sanlúcar (en esrte caso con tramo final en barca).

Mucho después, este horizonte de construcciones se vio alterado por auténticos invasores de la tradicional forma de vida de los doñaneros.

Las dos grandes colonizaciones trajeros a miles de personas. Los arroceros levantaron humildes construcciones de obra en El Puntal (hoy Isla Mayor) y en las propias tablas de cultivo.

Los poblados de la zona de repoblación forestal, El Patrimonio como se le ha conocido siempre en la comarca, se ubicaron al oeste. Sumaron una docena, destacado el Abalario y Cabezudos. Éste aún sigue en pie, mostrando los restos de una epopeya que llenó con millones de eucaliptos, pinos y hasta guayule (el fracasado intento de un caucho español), la hermosa zona de lagunas.

Por supuesto, no me olvido de Matalascañas. Pero el poblado turístico tendrá su propio aparte.

Más información y fotos en www.donana50.es

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