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La tribuna de El Puerto

Al otro lado del muro

Esa es la puta realidad de mi Puerto. Que deambula y vomita ante la pasividad de unos y las patéticas decisiones interminables de otros

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De un tiempo a esta parte pulula en la comunicación y en la publicidad institucional de los organismos públicos y, cómo no, en el mundo de la política, la intención de la dominación del discurso periodístico de los medios de comunicación. El control de la palabrería. Dicho en pocas palabras.

La palabra, el lenguaje del poder, circula y deambula con la intención de acceder como persuasor en el cerebro del destinatario. El oficialismo puro y duro. Un intento aleccionador del funesto e inútil del políticamente correcto.  El lenguaje inventado para decir sin contar nada en un intento del bienqueda.

El hablar sin mascullar con solo medias verdades y con mentiras enteras. Discursos vacíos ante una eterna divagación de acumular letras sin ton ni son. Alojado allí, las particularidades de su retórica y de los eufemismos chocan una y otra vez con la triste y torpe realidad.


El juego del despiste retrata aún más la indeleble línea de una  insuficiencia congénita. De ahí que cada vez más, que la fulana de la fiesta, la prensa, esté en el ojo del huracán. Con su dualidad perfecta y mágica de contarlo y padecerlo a partes iguales. De ésta, de la canalla, hablaremos otro día.

Explicar con palabras unas ideas paridas del absurdo y de la improvisación poco o nada pueden sostenerse cuando la hemorragia no encuentra tanto torniquete mediático que lo pueda frenar. En el mundo de la mentira, las osadías se cobran a un alto precio. El atrevimiento se pierde como con la vergüenza, con los años.

La retórica necesita de algo más que ilusión e intenciones. Y de ahí que la nueva ralea nacida y abortada de las huestes renovadoras del movimiento, necesite de profesionales e independientes, de auténticos funambulistas que amortigüen y apacigüen tanta y tanta ineptitud y mediocridad. Trabajo complejo. Ingeniería auténtica para lidiar con los cada vez más frentes abiertos.

Como todo en la vida, hay quien cobra por edulcorar las hazañas bajo el dictado del politiquero de turno. Es lícito. Cobrar y por supuesto pagar el correspondiente peaje, que también. El juego complicado y atrevido del que conoce su destino y sus proezas a cambio de reír a unos y a otros aun sabiendo que perderá. Es cuestión de tiempo.

Es lo que tiene cuando se va sin red. Y no, no hablo de internet precisamente. El lenguaje, al igual que las formas, importa, siempre importaron.

Paradojas de la vida y de la trasparencia, enfatizar la dictadura del verbo a costa de la inacción política. Cuando el detalle se convierte y es más importante que la noticia. El valor del color de la letra que a ésta misma.

Como ateo confesable de las casualidades, el regate mediático llega con el apagón informativo, que responde a la utilización pública de hacer política en beneficio propio, al objeto de frenar según qué noticias y según qué línea editorial.

Cortar y abrir el grifo según a quién y según qué. La cuestión, la inteligente, es saber gestionar las neuronas. Seré generoso y las pondré en plural. La que no tiene un Ayuntamiento, el de El Puerto, más rústico, más incapacitado y más delirante. Sobrepasado. Que ni está ni se le espera.

Y lo que es peor, que lo que viene por detrás (la fragmentada oposición) es igual o peor. Esa es la noticia. Esa es mi verdad.

Esa es la puta realidad de mi Puerto. Que deambula y vomita ante la pasividad de unos y las patéticas decisiones interminables de otros. Lo políticamente incorrecto es que el mono borracho ha venido para quedarse.

Mucho trabajo tiene por delante para cambiar el pensamiento del receptor cuando éste padece sus consecuencias. Marrones que se acumulan y que muestran sin tapujos las vergüenzas en un desastre que acumula episodios repetidos.

La Feria la cuenta cada uno según le va. Hubo fuegos artificiales, a la hora de siempre. Esta vez no hubo mayores problemas ni con los perros, ni con los autistas ni con la mujer barbuda. Algo hemos ganado.

Recuerda, ponte en lo peor.

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