Desde que los hombres iniciaron su aventura sobre la Tierra llevan consigo la afición por el secreto...
Desde que los hombres iniciaron su aventura sobre la Tierra llevan consigo la afición por el secreto. La ocultación de una parte de la realidad otorga poder. Distingue. Leonardo da Vinci escribía sus textos de derecha a izquierda para proteger sus hallazgos de la mirada de espías y curiosos; durante décadas, médicos y farmacéuticos compartieron una jerga inventada para cerrar el paso a eventuales competidores. El secreto bancario es –o era– la clave del arco del negocio de los banqueros. Lo secreto goza, pues, de buena salud y mejor prensa.
Un ejemplo de ese fervor lo encontramos estos días en la legión de comentarios que a favor de la opacidad con la que el Gobierno Zapatero debe repartir entre los bancos que lo soliciten nada menos que cien mil millones de euros procedentes del erario. Comentarios a favor del secreto. Son, ya digo, multitud los defensores de prestar el dinero de todos sin preguntar a qué manos va, ni cuanto reciben. Confieso que cuesta entender que haya quien defienda que sólo Botín y sus afines deban conocer el destino de tan abultada partida de dinero. Alguien añadirá que el asunto pasará por la Comisión de Secretos oficiales del Congreso, que el señor Rajoy ha dado su visto bueno y que todo se hace en secreto para no lesionar la confianza en los bancos y cajas de ahorro.
El argumento es pintoresco porque sólo reza para España. En Estados Unidos, Gran Bretaña, Bélgica, Francia, Holanda y Alemania la opinión pública conoce los nombres de los bancos que han pedido ayuda y, ni hubo escenas de pánico ni colas frente a las sucursales. Lo que aquí pasa es que en España la clase política que nos gobierna piensa que los ciudadanos somos menores de edad. Gentes incapaces de tener opinión al margen de la diaria ducha de propaganda a la que nos someten. Por eso –unos y otros, PSOE y PP– defienden que este asunto debe ser gestionado en secreto: todo para el pueblo pero sin el pueblo. Está claro que nos engañaron cuando nos contaban aquello de que la transparencia de los asuntos públicos era la garantía de la democracia.