Ha perdido la cuenta de los días que lleva confinada y sin compañía en su casa, pero Rosa, de 82 años, lo lleva "bien, gracias a Dios": "Gracias a la tele y hablar por teléfono con los míos, paso el día", dice al otro lado del auricular, desde donde no siempre se encuentra ese sosiego, sino solitaria ansiedad.
"Salir a pasear un rato, ir donde mis hijas y a comprar... todo eso se echa mucho de menos, pero tenemos que acostumbrarnos y llevarlo con paciencia. Hay que levantar el ánimo", relata a Efe esta extremeña de origen, ya viuda, desde su casa en el madrileño distrito de Carabanchel.
Vive sola, como alrededor de 160.000 personas mayores en la capital que, dada su condición de población de riesgo frente al coronavirus, moran la soledad impuesta por la cuarentena con la recomendación de no salir de casa y de no recibir visitas.
Es afortunada, reconoce, porque tiene varias vías de escape: una terraza a la calle y un patio interior al que salir cuando el tiempo lo permite a tomar el sol sobre la una de la tarde, además del teléfono fijo y la televisión como aliados contra la soledad en su casa analógica.
"La tele es lo mejor que podían haber hecho", sentencia. Mientras a otros muchos les agobia verse interpelados por la realidad, a ella le reconforta ver en las noticias la gente que se recupera del coronavirus, y también presta atención a las bajas que está provocando en todo el mundo.
Con todo ello, y con las tareas del hogar, Rosa va pasando los días "sin estar aburridísima": "Lo estoy pasando bien, dentro de lo que cabe. Si se va a poner una triste y empezar a llorar es peor", remacha.
Antonio, de 71 años, tampoco se aburre. Él no conoce la brecha digital -por internet sigue cantando en un coro, ensayando con tres grupos de teatro, dando clases de guitarra...- y ha encontrado el tiempo para leer todo aquello que no había tenido tiempo hasta ahora.
"Tengo una agenda abultadísima", reconoce entre clase y clase "online" este ingeniero de Caminos prejubilado.
Si hay algo que echa de menos es su "misión" en la fundación Nadiesolo Voluntariado, que desarrolla programas de voluntariado para acompañar a personas que sufren soledad no deseada por enfermedad, dependencia, discapacidad o en riesgo de exclusión.
En estado de alarma, Nadiesolo Voluntariado y sus 2.200 integrantes se han reconvertido para hacer seguimiento telefónico, pero Antonio lamenta no poder acompañar presencialmente a Jose, un hombre con movilidad reducida por un ictus con quien lleva haciendo piña tres años.
"No echo de menos la calle para nada salvo para esta misión de voluntario. Le llamo con frecuencia, pero no es lo mismo que tomar un café y charlar de lo divino y lo humano", dice Antonio, feliz, no obstante, de que otra joven colega de profesión se haga cargo de Jose mientras él, confinado, es voluntario "de sí mismo" y de su familia.
Maite también es voluntaria, en su caso de la organización Adopta un Abuelo. Tampoco puede ir a residencias para acompañar a los "abuelitos", pero ha trasladado su vocación a su casa gracias al teléfono gratuito puesto en marchar por su asociación y el Ayuntamiento de Madrid, y que ahora se ha extendido a toda la región.
Dirigido a atender a mayores en la cuarentena, en su primera semana el 91 949 01 11 ha recibido 3.500 llamadas que equivalen a 240 horas de conversación.
Las llamadas, que no tienen límite de tiempo, llegan sobre todo a la tarde, en esas horas del día que ya son difíciles de rellenar, cuenta Maite, que explica que algunos de los interlocutores viven solos y otros con sus familias, pero acuden al 91 949 01 11 para hablar con alguien ajeno a su círculo sobre sus temores, sus vivencias o sus ilusiones.
Muchos entran con ataques de ansiedad, casi para "derivar" al 112, y la conversación comienza con recomendaciones para respirar. Se les va guiando hacia terrenos personales -preguntar por sus aficiones, sus recuerdos, "qué les hace felices"- para ir tranquilizándolos.
Todas las llamadas son diferentes, pero todas tienen "muchas cosas en común": "Sobre todo la necesidad de ser escuchados, de no ser invisibles", dice Maite, quien algunas veces ha tenido que contener las lágrimas porque "hay personas maravillosas que lo están pasando muy mal por la soledad".
Valora que el 91 949 01 11, como la soledad misma, no entiende de clases sociales e, incluso, que no tiene fronteras, porque también hay quienes llaman desde fuera de Madrid al conocer el número por el boca a boca.
"Es un teléfono muy cercano", resume esta voluntaria a la que le han tocado "el corazón" cada una de las veces que lo ha descolgado, aunque la primera fue la "más dura" de todas. "Esa persona entró muy desorientada, muy atacante, muy brusca", recuerda.
Consiguió "romperle la coraza" y la última frase de esa charla la ha apuntado en un cuaderno en el que va anotando las experiencias de la pandemia.
"Te agradezco que me hayas puesto en la cara la sonrisa que siempre he tenido y que ahora no conseguía", lee Maite, que espera que iniciativas para combatir la soledad como ésta persistan cuando todo esto acabe.