Lleva uno toda la vida asistiendo con preocupación a cómo la política nacional se ha convertido, en ocasiones, en un espectáculo lamentable. Y esa inercia cae como el agua de una cascada a sus niveles inferiores, me refiero claro está al ámbito autonómico y, cómo no, al local. Ya no es que veamos cada día cómo lo que debieran debates serios y bien argumentados, se convierten en una sucesión inconexa de insultos y ataques personales. Los extremos de cada ideología se radicalizan, y hemos dejado atrás ya el ‘fairplay’ constitucional que se inauguró con la Transición para convertir el campo de juego político en un estercolero en el que gana, al menos últimamente, el más populista de todos. Llama la atención que los debates que habrían de concitar un acercamiento apriorístico basado en datos y reflexiones serias, se acaban convirtiendo en un y tú más insufrible. Hemos recuperado, como no podía ser de otra forma, la democracia de trincheras: cada uno dispara desde su hondonada sin pensar si esa bala acaba llevándose por delante consensos básicos que a todos tendrían que atarnos. Hoy, la política es una enorme conversación de la que participan, por cierto, los medios de comunicación y los ciudadanos a través de las redes sociales, pero hablar con alguien no sólo implica disparar, sino que también es necesaria la escucha activa: recibir lo que dice el otro, decodificarlo y traducirlo en argumentos racionales sobre los que luego construir la política. Se echa en falta la figura de los grandes componedores, como los llamaba Pilar Urbano: esos políticos que se dedicaban a coser diferencias ideológicas para que el gobierno, propiamente dicho, fuera para todos. ¿Y qué es una ciudad sino una enorme suma de conversaciones públicas que requieren de consenso? Todos caben en este debate, todos están llamados a participar en él, porque a todos les atañe el futuro de una capital que tienen ante sí retos mayúsculos: la vivienda, el desempleo, la limpieza, el aterrizaje del turismo en la sostenibilidad, la movilidad o la integración definitiva del Guadalmedina en la trama urbana (y no el estercolero que ahora tenemos por río, vergüenza para los malagueños). Este mandato que ahora comienza podría ser el del debate sereno, alejado de extremismos innecesarios, abogando por la configuración de una ciudad amable con sus vecinos pero ambiciosa, como ya lo es, en otros asuntos. Málaga lo merece. ¿Estarán a la altura nuestros concejales?
Fuego amigo
La conversación pública
Los debates que habrían de concitar un acercamiento apriorístico basado en datos y reflexiones serias, se acaban convirtiendo en un y tú más insufrible
Fuego amigo
En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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