Dice Murakami que él es feliz con sus libros, su música y sus gatos. El escritor japonés, ese que nunca gana el Nobel, pero sí el Princesa de Asturias, ha estado unos días por España y aquí ha dejado parte de su genio. Una de sus grandes aficiones era el Jazz. Tal vez tenemos varias cosas en común: el amor por los gatos y el jazz y, supongo, la querencia por la literatura. Si él ve más allá de lo que la ciudad esconde, podríamos hacer una buena prueba trayéndolo hasta Málaga y dejándolo que auscultara nuestra ciudad con sus alucinados ojos de creador, observando cómo su mirada se pierde sobre las eternas torres que ahora comienzan a nacer en una urbe que tantas veces perdió que ahora, cuando gana, no es excelsa en su victoria, pues no todos pueden participar de ella. Al menos, de eso se quejan muchos. Que la ciudad esté hoy mejor que nunca parece no importar, aunque sobre esto no hay acuerdo. El otro día, mientras recorría el Paseo Marítimo de Poniente en una curativa caminata, comprobé que varios jóvenes jugaban con denuedo al voley haciendo pasar la pelota de un lado a otro sobre improvisadas redes. El Melillero llegaba puntual a su cita y en los chiringuitos, aún no había llegado la clientela. Faltaba apenas una hora para que se sirvieran las primeras cenas, y, frente a la vida que bullía en el paseo, los bloques salpicados por el viento cargado de salitre parecían escuchar incólumes las vivaces charlas de los jugadores y de quienes se ejercitaban sobre un suelo preñado de charcos y ramas secas. La lluvia había hecho acto de presencia y algún que otro gato miraba aterrado a los viandantes, en espera de solitarias y provechosas horas. Pienso en esa ciudad que se encuentra a sí misma y que, presa de la modernidad, es incapaz de hacer las paces con su pasado. Murakami recibe el premio por conciliar la cultura literaria nipona con la tradición occidental, fundamentalmente norteamericana, en sus evanescentes obras en las que lo fantástico se erige en pilar fundamental. En Kafka en la orilla, gatos alucinados hablan con los protagonistas. Las enormes chimeneas recuerdan el insigne pasado fabril y la llegada de tecnológicas nos acecha y eso nos redefinirá para siempre. La clave es si Málaga podrá conjugar las muchas ciudades que habitan en su alma y si, en ese salto hacia adelante, alguien se quedará atrás. Y sigo caminando mientras me digo que estaría bien volver a leer a Murakami.