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Habladurías

Metáfora del metal

Recupero el lugar común del clavo ardiendo y veo en esta reivindicación un espejo en el que debería mirarse el resto de la provincia

En la vida es común vivir etapas que oscilen entre la fe y la desesperanza. Uno va de un lado al otro de la orilla en un trasiego que gira en torno a las circunstancias personales y las externas, aunque es común que ambos planos se solapen y se confundan. En numerosas ocasiones peco de idealista (uso esta palabra sin gustarme) y pienso que el mundo puede ser un lugar mejor. Después caigo en la cuenta, con el día en su sitio, de que el mundo puede ser mejor pero no de la manera que pensaba. Desde hace unos meses practico lo que llamo la política del aurea mediocritas. Mis utopías políticas, para combatir la desesperanza, son solo aquellas que están a mi alcance a una semana vista y dentro de mis jurisdicciones corporales. El resto es fantasía. Y he de decir que me va bien así y estoy a gusto con mis contribuciones.

Sin embargo, la huelga del metal ha despertado en mí un instinto que no puedo controlar. Tras 65 despidos en Alestis, la reconversión de Airbus, enorme precariedad y el futuro negrísimo veo en las bahías de Cádiz y Algeciras un espíritu que mis bandazos en la desesperanza me hacían considerar extinto. Recupero el lugar común del clavo ardiendo y veo en esta reivindicación un espejo en el que debería mirarse el resto de la provincia.

Es cierto que la vía Resort de España y Europa por la que se apuesta actualmente trae cosas buenas. Por ejemplo, en verano mis vecinos son de muchas procedencias y no tengo que resignarme aguantar a los más recios autóctonos. Poco más.  Y es que no toda la provincia de Cádiz está tan sindicalizada y tiene tanta conciencia de clase como la que hemos estado viendo estos días en los medios. Es más, podría decirse que gran parte de la población parece encontrarse bien en el relato que han montado para el sur del sur como los admiradores y sirvientes de quienes vienen de vacaciones. Las movilizaciones que defienden una gestión económica de nuestra zona que vaya más allá de la idolatría al sector servicios son las únicas que siembran vías para el futuro en la provincia, llámese tejido industrial, energético, agrícola o ganadero.

Así que, para mí, el metal del que se habla estos días se ha convertido en una metáfora, en un atisbo de luz potencial que puede hacer, mediante el diálogo de las instituciones, que el problema del empleo y los proyectos de vida que no se pueden hacer en Cádiz no vayan, al menos, a peor. Eso sería un triunfo. Como veis, trabajo contra mi idealismo.

Últimamente me ha pasado por la cabeza que nuestro destino a treinta años vista, con la desertificación a la vuelta de la esquina, el buen clima que se adivina hará en Europa Central y el poco caso que nos harán entonces los visitantes, deseosos de vivir el reclamo turístico de moda de entonces, sea la de perdidas áreas urbanísticas en medio de un páramo parecido al África del Norte. Pero la reivindicación del metal, las movilizaciones contra la macrourbanización “El Següesal” y demás tufos que se andan proyectando y las palabras de muchas personas, a quienes escucho muy cansadas de este modelo, me andan llevando, de a poquito, a la fe. La del día a día, la de la hormiguita digna y trabajadora que es ejemplo por su acción, como los obreros del metal.

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