Las grandes empresas deben ser conscientes de que con los trabajadores y sus puestos de trabajo no se juega (sin que esto excuse al empleado de conducirse con la responsabilidad y diligencia que cada puesto tiene), pero en los últimos tiempos nos estamos acostumbrando a que, ante la menor dificultad, o incluso ante la previsión de que llegue alguna (el Gobierno del Partido Popular se lo ha puesto muy fácil con su legislación retrógrada), la cuerda se rompe por el lado más débil.
Los trabajadores de Ence en Huelva respiran algo más tranquilos ahora que la lotería de los 50 despidos que rondaba por la cabeza y el corazón de todos ha quedado en suspenso después de que se haya anunciado que, de momento, el ERE previsto y planteado unilateralmente se ha detenido. Cabe destacar cómo, a pesar de la sensación generalizada que existe de que las protestas laborales no sirven para nada, en un contexto en el que las empresas están viviendo de espaldas a sus trabajadores, en esta ocasión el anuncio de una huelga de cinco días, que continuaría con una huelga indefinida a partir de abril, parece que ha movido a replantear la cuestión. Ni que decir tiene que lo más productivo, siempre, es negociar, y es lo que debería haber hecho la empresa desde el principio. Hay que buscar siempre el acuerdo entre patronal y representantes sindicales, a los que tanto por cierto se les vitupera ahora, en un intento interesado y nada gratuito, también de quitarles poder en su defensa de los derechos de los trabajadores.