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Bonnell disecciona "la fragilidad" del ego masculino en 'Las cartas de amor no existen'

Una tragicomedia que comienza como una historia de desamor y acaba siendo una profunda reflexión de quién es uno mismo

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El cineasta francés Jèrôme Bonnell disecciona "la fragilidad" del ego masculino, y esa cierta tendencia de muchos hombres a procrastinar, dice, en su nuevo largometraje "Las cartas de amor no existen", una tragicomedia que comienza como una historia de desamor y acaba siendo una profunda reflexión de quién es uno mismo.

La película, que llega este viernes a las salas españolas, sigue al cuarentón Jonas justo cuando su novia acaba de romper con él; desolado, sin comprender qué ha pasado, se sienta ante el ventanal de un café situado justo frente al portal de ella y decide escribirle una carta de amor.

En las 24 horas siguientes, Jonas tiene que hacer frente también a un descalabro laboral y su ex mujer y su hijo le esperan en una estación de tren. Menos mal que el dueño del bar donde se ha refugiado, un adorable Grégory Gadebois, no solo le anima a escribir, sino que le ayuda a bregar con sus decisiones, alguna de las cuales rayan en el acoso.

El realizador francés reconoce en una entrevista con Efe por Zoom que optó por poner el eje de la película en una carta manuscrita, en estos tiempos de comunicación virtual y prisas, "precisamente por eso, porque se trata de un gesto arcaico, que en mi opinión lo hacía más bello y ceremonioso aún".

"Las nuevas tecnologías son tan rápidas, como el consumo de información, que es como si este mundo nos obligase a pensar muy rápidamente, pero en circunstancias como estas, cuando se habla de amor, no podemos pensar así (...) una carta -considera- funciona mucho mejor, porque nos permite pensar, reflexionar, reescribir".

El resultado ha sido una película de base teatral (la acción ocurre en un solo día y en solo dos o tres escenarios) y paisajes internos, con personajes que arropan la historia del protagonista y lo definen, cada uno con su propia historia

"Tuve la idea de hacer una película sobre lo que está fuera de cámara, porque dejando tantas cosas fuera de campo estoy dando al espectador mucha libertad, desde imaginar el resto de la ciudad de París, que no muestro, al resto de la vida de este personaje. El reto era ese, que no pareciese tanto una obra de teatro sino hacer con eso un objeto de cine puro", señala.

El dueño del bar y el propio protagonista, explica Bonnell, le sirven para "hablar de la fragilidad masculina y de esa insoportable indecisión de los hombres en muchos momentos de la vida y por eso uso la carta", dice.

Ese barman, indica el director, actúa "como la voz de la conciencia. Es muy importante para la película, porque es el punto de vista del espectador, que se conmueve y se emociona, y gracias a él puedo mostrar que una amistad entre dos hombres también puede incluir una cierta dulzura, también puede mostrar fragilidad", afirma.

En una escena, Jonas pierde el norte, celoso, y le da un puñetazo a un antiguo amante de su novia al que ve dirigirse a su portal; es inevitable que Will Smith y su guantazo en los Óscar salga en la conversación.

El francés ve algo "hermoso" en el gesto del actor negro, "es decir -se explica-, se nos ha formateado a los hombres para mostrar coraje y ser violentos en cierto sentido; yo estoy en contra de la violencia, pero me pareció hermoso el gesto de defender a su mujer".

Bonnell dice que cuando vio a Smith más bien pensó en el desplante de Celine Sciamma y Adele Haenel al levantarse y salir de la gala de los César en protesta por el premio a Roman Polanski, "como si quisieran defender a todas las mujeres. En este caso, Will recurre a la violencia defendiendo a una sola mujer, a su esposa".

Y sí, reconoce, la película también muestra "momentos pulsionales". 

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