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Jueves 02/05/2024  

Jerez

El ‘Grand Prix’ estrena su versión especial de Semana Santa

Sacar una cofradía a la calle no debería ser sinónimo de echar una moneda al aire ni de jugar a los ‘troncos locos’

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  • Pasacalles de una banda de cornetas y tambores bajo la lluvia. -

La Semana Santa nos deja un balance final de 105,5 litros de lluvia por metro cuadrado y de 32 cofradías que suspendieron sus estaciones de penitencia antes siquiera de abrir las puertas de sus templos. No se recuerda meteorología tan adversa para los intereses de las hermandades jerezanas. Apenas dos cofradías –Mortaja y Santa Marta- pudieron procesionar con absoluta normalidad aprovechando que el cielo les ofreció una tregua más que generosa. Es cierto que La Paz de Fátima también completó su itinerario, pero en una tarde ciertamente desapacible y asumiendo más riesgos de los que hubieran sido aconsejables.

Porque sacar una cofradía a la calle no debería ser sinónimo de echar una moneda al aire, como hacían aquellos concursantes del ‘Un, dos, tres’ cuando les llegaba la hora de la verdad de la subasta y se iban con la calabaza bajo el brazo y aquellas palabras de consuelo de Mayra Gómez Kemp (“unas veces se gana y otras veces se pierde”). No, las cofradías no nacieron “para jugar”, por mucho que andando el tiempo lo vaya pareciendo a fuerza de banalizar asuntos que hasta no hace demasiado tiempo fueron bastante más serios.

Afortunadamente, la mayor parte de las juntas de gobierno adoptó este año la única decisión que podía adoptarse, que no era otra que la de aceptar la voluntad del Señor, evitando librar batallas perdidas de antemano con los designios de la meteorología. Es comprensible que se traten de agotar todas las posibilidades antes de dar por suspendida una estación de penitencia, entre otras cosas porque no se puede olvidar que ese debe ser el fin primordial de una hermandad y su principal razón de existir.

Pero entre eso y convertirse en una especie de concursante del ‘Grand Prix’ va un trecho muy grande. Para sacar una cofradía no hay que trazar una estrategia de supervivencia en la calle ni luchar contra los elementos, y esta Semana Santa hemos escuchado a adultos hablando como auténticos críos. Es cierto que son fechas apropiadas para revivir la niñez, pero nunca es recomendable llegar hasta determinados extremos.

“Hay un claro entre las seis y las siete y esta cofradía puede aprovechar ese tiempo para plantarse en no sé dónde, y una vez allí el cortejo de misterio debería refugiarse en el garaje de mi primo -que es muy grande- y el de palio en el trastero de mi cuñada siempre y cuando saque de allí una bicicleta vieja…, entonces luego que salga entre las ocho y cuarto y las diez, que me ha dicho el móvil que hay otro claro, y le da tiempo sobrado de llegar a la Catedral. Que espere a que escampe y como las otras cofradías no han salido puede coger por aquí y por allí, que si le llueve ya estaría cerca de su casa”. No, sacar una cofradía no es jugar a los ‘troncos locos’. O no debería serlo al menos.

La Semana Santa se ha vulgarizado hasta el extremo, quizá a fuerza de tratar de atraer a la Iglesia a gente que no ha pisado una iglesia en su vida ni tiene interés alguno en hacerlo. Lo accesorio ha terminado convirtiéndose en esencial. ¿Cómo se entiende si no que cuando una cofradía se refugia en un templo para regresar a su sede el Domingo de Resurrección la primera pregunta que se escuche en la calle sea si llevará o no llevará banda?

Jerez, que ha bebido siempre de las fuentes de Sevilla, debe empezar a plantearse si no ha llegado quizá el momento de poner freno a la secularización de su Semana Santa, dado que en la capital hispalense se antoja ya misión imposible. Ahí están cómo ejemplos los abucheos al Señor de la Presentación porque su cuadrilla de costaleros no ofrecía el espectáculo acostumbrado en determinado tramo de su itinerario o la decisión de buena parte del público que asistía a la recogida de la Hermandad de la Trinidad de marcharse a casa porque una de las bandas iba a guardar silencio para no interferir en la celebración de la Vigilia Pascual.

Por no hablar de las petalás que se sucedieron ante la capilla de los Marineros una vez que se anunció la suspensión de la estación de penitencia de la Hermandad de la Esperanza de Triana, en una improvisada recreación de las desaparecidas batallas de flores que tanto gustaban por estos lares.

Claro que no sé si en esa necesaria tarea de frenar la secularización de la Semana Santa podremos contar o no con la ayuda del clero, que lo mismo el Martes Santo ‘invita’ a las cofradías a abandonar la Catedral lo antes posible que tres días después se erige en alcalde del pueblo más osado de España en este ‘Grand Prix edición especial de Semana Santa’ y el Domingo de Resurrección termina poniéndose al frente de una procesión extraordinaria disfrazada de traslado.

Habrá que dar por bueno el desatino si sirve para que el deán catedralicio entienda que no es lo mismo estar en un lado de la barrera que en el otro, por aquello de que igual así le resulta más fácil empatizar en un futuro con quienes quizá a veces se ven arrastrados a tomar decisiones en contra de su propia voluntad. Y es que no se puede ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Ni siquiera en el Grand Prix...

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