La procesión del Resucitado cerró este domingo una Semana Santa que deja sensaciones agridulces y a la que le han sobrado quizá demasiadas cosas.
Es posible que hayan pesado las dos suspensiones consecutivas motivadas por la crisis sanitaria, pero lo que resulta indudable es que mucho de cuanto se ha visto estos últimos días en la calle no debería volver a repetirse.
El Domingo de Resurrección no fue sino una muestra más de que se antoja necesario abrir un debate sereno de cara a recuperar la mesura que nunca debió perderse de cara al próximo año.
Porque no parece demasiado normal que el Domingo de Resurrección se haya convertido en una especie de cajón de sastre en el que lo accesorio se anteponga a lo esencial.
La Hermandad del Resucitado procesionó por primera vez en horario vespertino -desvinculándose por completo de la pontifical que se celebra en la Catedral- y cediendo además buena parte del protagonismo que le corresponde a otras corporaciones que el Lunes y el Martes Santo debieron refugiarse en diversos templos al verse sorprendidas por la presencia de la lluvia.
Para cuando fue a iniciar su recorrido (16.15 horas finalmente), el escaso público que sale a la calle el Domingo de Resurrección ya había cubierto su ración diaria de pasos, costaleros, cornetas y tambores.
Por si fuera poco, su salida coincidió con el regreso a su barrio de la Hermandad de la Clemencia, que acaparó toda la atención en esa franja horaria.
La Sed partió de la Catedral sobre las 12.30 horas, justo después del pontifical oficiado por el obispo de Asidonia-Jerez, José Rico Pavés.
Después lo harían La Candelaria y La Paz de Fátima. En el primer caso, la cofradía debió pasar por la iglesia de San Francisco para que el paso de palio de su titular mariana se pudiera sumar al cortejo.
Por último, a las tres y media de la tarde inició su largo recorrido de regreso a la parroquia de San Benito la Hermandad de la Clemencia, que se encontraba refugiada en la capilla de la escuela de San José.
Curiosamente, los cofrades que tanto el lunes como el martes debieron padecer los rigores de la lluvia en esta ocasión soportaron temperaturas prácticamente veraniegas y poco apropiadas por tanto para regresar a sus templos.
Esos traslados y la procesión del Resucitado constituyeron el epílogo de una Semana Santa a la que no le ha faltado prácticamente de nada.
En lo que a meteorología se refiere ha habido viento, lluvia, calor sofocante e incluso jornadas agradables que invitaban a disfrutar de la presencia en la calle de las cofradías.
A partir de ahí, han sobrado retrasos injustificados que tienen como principales víctimsa a los nazarenos, con horas de recogida a veces impropias de una Semana Santa de cierto nivel.
También se antojan inflados los tiempos de paso de la mayor parte de las cofradías, que en muchas ocasiones han dejado estampas desoladoras a su paso por la Carrera Oficial, con cortes o cuanto menos distancias excesivas entre parejas de nazarenos.
No es de extrañar que a menudo el público que ocupaba asiento en los palcos haya abandonado para ahorrarse un mal trago innecesario.
La guinda del pastel lo puso el lamentable incidente protagonizado por la Hermandad de las Cinco Llagas en la Madrugada del Viernes Santo, que regresó a su templo cuando cubría el primer tramo de la Carrera Oficial por la falta de fuerza de la cuadrilla de su paso de palio.
Todos estos asuntos han restado sin duda alguna brillantez a una Semana Santa que se había esperado durante tres largos años y plantean una serie de cuestiones que deberían ser abordadas con rigor y seriedad si de verdad se pretende evitar que en lo sucesivo vuelvan a repetirse.
El reencuentro con las cofradías en la calle tras la crisis sanitaria ha dejado tras de sí una larga estela de momentos que merecen ser recordados, pero también de hechos ciertamente desagradables que no se habían vivido en varias décadas. El final deja por tanto una sensación agridulce.