Estamos acostumbrados, de un tiempo a esta parte, a la figura del «cuñado»: dícese de aquel que acostumbra a hablar de cosas que todo el mundo sabe o que, directamente, no son ciertas como si hubiera descubierto el elixir de la inmortalidad. Acostumbramos a verlo en Nochebuena, en la cena familiar, cuando no con el codo en la barra del bar sentando cátedra de la sandez. A veces, también los vemos en la esfera pública: Bertín Osborne o Albert Rivera han sido dos buenos ejemplos. Sin embargo, no esperaba yo encontrarme con un literato como Arturo Pérez Reverte ejerciendo el cuñadismo como lo hizo en el programa de Pablo Motos.
Decía el autor de El Capitán Alatriste que los jóvenes de ahora «no están preparados para cuando venga el iceberg del Titanic». Fue poco menos que afirmar que la juventud es muy blandengue. Hasta ahí, no deja de ser una opinión con la que discrepar y, de hecho, con la que discrepo. Sin embargo, el acto de cuñadismo comenzó al emplear el ejemplo de la linterna que ya conocerán ustedes. El autor de El Asedio decía que ahora todo se compra en Amazon, donde hay linternas enchufables y no de baterías o pilas. Que nos hemos acostumbrado a enchufar las cosas y que, cuando haya un apagón, no tendremos pilas cargadas para la linterna ni enchufe donde cargarla. Se ve que Don Arturo no ha mirado mucho en Amazon para encontrar esas linternas y que obvia la necesidad de cargar la batería antes de que venga el apagón (no cuando ya se ha producido).
Yo, que ya supero la cuarentena, no me doy por aludido cuando habla de las nuevas generaciones. Sin embargo, me quedo alucinado cuando veo que, de un caletre capaz de escribir La Tabla de Flandes o El Maestro de Esgrima, pueden salir semejantes eructos. La empatía del escritor también parece haber menguado con los años: hemos vivido dos grandes crisis económicas, una pandemia mundial, dos guerras ilegales como Irak y Ucrania... Don Arturo, nosotros ya andamos talludos, yo mismo me crié viéndole a usted en los Balcanes, pero estos chavales han cargado con una cruz que tampoco era suya. ¿Acaso ellos quebraron Lehmann Brothers? ¿Acaso trajeron ellos el COVID-19? ¿Precarizaron ellos el empleo o aplicaron ineficaces políticas de austeridad? ¿Concedieron ellos hipotecas que vulneraban las normativas del Banco de España? Creo que blanditos, precisamente, no son. Quizá, simplemente, están hartos. Aludiendo a una obra suya, Don Arturo, ese día al escucharle viví «Un Día de Cólera».
Hablaba usted de una hipotética derrota ante «esos para los que la violencia es algo diario, cotidiano». Sin embargo, aquí la violencia se ejerce sin machetes. Cuando un trabajador sabe que su empresa tiene seis sanciones tras varias inspecciones de trabajo y no pasa nada, incluso optan a la concesión de un servicio público, ¿no es eso violencia contra el trabajador? Cuando un ciudadano solicita una copia de un documento público, pero sólo le dejan consultarlo y se tardan meses (y un tirón de orejas de la Comisión de Transparencia), ¿no es eso violencia contra el ciudadano? Cuando nos quejamos de que la gente no luche por sus derechos, pero cuando lo hacen nos molesta, ¿no es violencia contra la inteligencia misma? Don Arturo, debo decirle que esto se vive día a día en nuestro país. Quizá, necesita usted volver a la calle, a donde se libran estas guerras sin bombas. Supongo que estos conflictos, a usted que fue corresponsal de guerra, le parecerán cosa baladí. Sin embargo, quizá le haga falta tomar el pulso a la realidad. Ni todo lo que se vende es de Amazon, ni a la gente le faltan pilas para la linterna. Pero a usted, el otro día en ese programa, sí le faltaron algunas luces.