Bradley Cooper, como otros muchos actores antes que él -
de Paul Newman a Clint Eastwood, de Robert Redford a Kevin Costner o Mel Gibson-, ha aprovechado su popularidad para afrontar con cierta solvencia económica proyectos más personales a los que ha impreso su propio sello, tanto delante como detrás de la cámara.
Su debut en la dirección llegó de la mano de una nueva adaptación de
Ha nacido una estrella, aupada asimismo por la más que notable presencia de
Lady Gaga. De correcta ejecución, y con el propio Cooper como protagonista, logró un destacado respaldo en la taquilla que ha propiciado su segunda incursión en la dirección con
Maestro, una película algo más arriesgada, más por el fondo que por la forma, y que parece concebida para tener muy presente a los integrantes de la
Academia de Hollywood de cara a los próximos Oscar, ya que, como todo biopic que se precie, construye todo su atractivo en torno a la pareja protagonista; en este caso, el propio Cooper, en la piel del reconocido compositor y director de orquesta,
Leonard Bernstein, y una siempre extraordinaria
Carey Mulligan, que encarna a la actriz chilena-costarricense Felicia Montealegre, con la que se casó y tuvo tres hijos, y a la que acompañó hasta el momento de su muerte, por encima de sus continuos escarceos como bisexual reconocido.
El resultado tal vez no sea todo lo brillante que promete su arranque, pero sí es interesante. De un lado, tanto las interpretaciones de Cooper como de Mulligan están a la altura de lo que se espera de una producción de este tipo. Del otro, el Cooper realizador parece tener muy claro el concepto visual de su película, para la que combina el formato en blanco y negro y de tres cuartos, con el color panorámico, como elemento diferenciador histórico y vital.
Lo mismo cabe decir de la planificación de los encuadres y del desarrollo de cada secuencia -muy inspirado en el caso de la concepción de
Un día en Nueva York o del concierto en la catedral-; sin embargo, su principal empeño se centra en explorar los aspectos más íntimos de su vida, como base para un relato de índole moral desde el que enfrenta al creador con el hombre, así como la progresión del talento con la significación pública. Un empeño meritorio, pero del que sale magullado, tal vez superado por su propia autoexigencia.