La RAE se resiste a día de hoy a sumar a la tradicional acepción del término zambomba (instrumento musical popular consistente en bla bla bla)
una segunda en la que se defina aquello que en Jerez llamamos zambomba. Claro que igual el problema estriba en que los propios jerezanos no nos hemos puesto nunca de acuerdo en qué es realmente una zambomba. Quizá por eso año tras año
entremos en debates bizantinos que no suelen llegar a ninguna parte y que cesan en cuanto pasa la Nochebuena. En esta ocasión parece que la porfía va a ocupar más espacio en el calendario porque el Ayuntamiento está dispuesto a sacar adelante una ordenanza reguladora de un fenómeno que atrae a la ciudad a un creciente número de visitantes.
Se afirma de manera reiterada -y no sin una base de razón- que la zambomba “ha perdido su esencia” de un tiempo a esta parte, pero resulta complejo sostener esa afirmación si antes no hemos definido realmente qué es una zambomba y creo que es ahí donde radica el origen de toda controversia. En origen -en esencia-, para que una zambomba pueda considerarse como tal no debe existir emisor (gente que canta) y receptor (público que escucha), porque si eso es así estaríamos hablando de un espectáculo y no de una fiesta compartida entre iguales, que era lo que se hacía en los ahora añorados patios de vecinos en los que dicho sea de paso lo que a menudo se compartía era el hambre.
Ese concepto estuvo más o menos claro hasta que el Teatro Villamarta programó una zambomba para el 18 de diciembre de 1999, con artistas flamencos sobre el escenario y público en las butacas. Fue a mi juicio el inicio de una general confusión que a día de hoy perdura, porque a partir de ese momento se empezaron a confundir los conceptos y todo el mundo quiso ‘recrear’ una zambomba al modo y manera que había hecho el coliseo. Años después llegó la generalización de la zambomba en la vía pública, un fenómeno que hasta entonces había tenido carácter puntual -en la Cruz Vieja, como ejemplo más evidente- y que solía ser impulsado por los propios vecinos.
Hace apenas una semana, el Ayuntamiento de Cádiz presentaba su programa de conciertos para el Carnaval: Kiko Veneno, Nancys Rubias, Fangoria, Viva Suecia... ¿Significa eso que la fiesta mayor gaditana ha perdido su esencia? No lo creo. Entiendo -desde la distancia- que esa programación busca procurar que haya espacio para todos los públicos. No creo que a nadie se le ocurra decir que el Carnaval de Cádiz se ha perdido porque Fangoria cante en la plaza de San Antonio...
La Navidad de Jerez -que se quiera o no es una marca de éxito- debe empezar a llamar a las cosas por su nombre.
En las plazas no se celebran zambombas, sino verbenas navideñas, y no pasa nada porque así se las considere. Los ‘flashmob’ que se hacen desde los balcones no son zambombas en sí mismos, sino eventos promocionales más o menos atractivos para el público. Y todo aquello que se haga sobre un escenario y con el apoyo de un equipo de sonido -ya sea en interior o al raso- no deja de ser un espectáculo.
¿Hay que prohibir o prescindir de esas formas de expresión que han surgido en las últimas décadas? Creo que no, únicamente hay que llamarlas por su nombre, sobre todo para que jerezanos y visitantes sepan qué es una zambomba.
Cuestión aparte son los problemas derivados de la presencia en la calle de decenas de miles de personas, concentradas en un espacio concreto del centro de la ciudad. Huelga decir que se antoja imprescindible que los servicios públicos se adecuen a las necesidades reales de esas multitudes, de modo que se garanticen la limpieza, la seguridad y la movilidad tanto de visitantes como de residentes.
Salvando esta última cuestión, lo que realmente urge es empezar a poner nombres y apellidos a lo que es y no es una zambomba. Para que nos enteremos los jerezanos y los visitantes, e incluso la RAE