Mari Carmen y Dani son “los padres de verano” de Galia desde hace tres años. El resto del año esta niña saharaui de 13 años vive en una jaima con su familia –tiene siete hermanos más y cuatro sobrinas-y va al colegio de sábados a jueves, donde recibe clases de español y otros idiomas. Su padre es militar y pasa tiempo fuera. Por su edad ya no debería estar en el programa “Vacaciones en Paz” por el que cada verano ella y sus paisanos del Sahara vienen a pasar julio y agosto con familias de acogidas españolas, pero una comisión médica le ha prorrogado su estancia dos convocatorias más para controlar el soplo en el corazón que padece.
El año que viene será duro porque es el último que lo pasará aquí con su familia “adoptiva”. “Lo tengo claro. Iremos a verla al Sahara”, señala Mari Carmen, quien durante el invierno mantiene contacto telefónico con la joven. “La llamo al móvil de una de sus hermanas”, explica. Galia la ve como una segunda madre y una amiga “porque nos lo contamos todo”, dice la primera, madre de Daniela, un bebé de apenas un año de la que ejerce como compañera favorita de juegos. Galia la escucha y sonríe constantemente. ¿Lo que más le gusta? Ni se lo piensa. “Los helados y la nocilla” y los baños que se pega en la casa de Rota donde pasa estas vacaciones y que Dani y Mari Carmen, que no llegan a los 30, intercalan con actividades para que se lo pase en grande. Además, en esta ocasión todo ha sido más especial porque le acompaña una de sus sobrinas, a la que han acogido una pareja amiga de estos jóvenes.
Cuando Mari Carmen echa la vista atrás, todo son satisfacciones en una experiencia que recomienda al cien por cien. “A mí siempre me había llamado la atención la idea de acoger a uno de ellos, y a través de una clienta de mi peluquería me animé. Haces un bien y ellos te dan mucho a cambio de nada”. Ya son tres años y para el año que viene será el último. “Estamos convenciéndola para que estudie aquí Medicina, que es lo que quiere ella, pero Galia quiere estudiar en Argelia”.
Consciente de los problemas económicos actuales, lo que muchos desconocen en este sentido son las facilidades que da a Amiraui con su programa de actividades para recaudar prácticamente casi lo que cuesta el billete de avión que las familias de acogida tienen que costear. “Es verdad que la cosa está mala y que vienen con lo puesto, y te tienes que hacer cargo de ellos, llevándole al médico, comprándole ropa y preparándole su cajita para llevar a casa con alimentos y medicinas, pero Amiraui te lo gestiona todo, y la gente que no puede pagar el billete lo puede reunir casi entero vendiendo artículos”.
La despedida está cerca –a finales de esta semana- y cada uno de los 28 niños regresarán a sus campamentos con una caja de 25 kilos, entre ropa, alimentos y sobre todo medicina, que es fundamental, para ayudarles a ellos y a sus familias a pasar el duro invierno. “Paracetamol, Ibuprofeno, Dalsy, si son años complicados aquí en España, imagínate allí”, señala la presidenta de Amiraui, Lola Villagrán. Incluso los mismos niños traen la lección aprendida. “Mamá dice que pastillas”, asegura que dicen muchos niños cuando se les pregunta qué necesitan. Aparte de medicamentos, y productos de alimentación (leche, miel…)en esta maleta no puede faltar también ropa de invierno y productos de higiene. El año pasado fueron 32 niños, pero sin embargo ha subido el número de familias nuevas que participan en este programa, algo que teniendo en cuenta las circunstancias económicas actuales es significativo.
Lola, quien no tiene palabras para agradecer la atención de la alcaldesa con el colectivo, a los que ofreció su tradicional recepción a comienzos de verano, sabe bien de lo que habla. Ha estado en el Sahara con ellos y ha comprobado con sus propios ojos la riqueza de la cultura matriarcal de la que proceden. Es verdad, no hay luz ni agua -llega de Argelia en camiones cisternas- pero en contra de la célebre frase que entonó Javier Bardem (“en el Sahara no hay colegios”, dijo, cuando recibió un Goya, “el 100% de los niños están escolarizados”, apunta. “Sus maestras dan las clases de forma altruista, cuando terminan la carrera en Argelia regresan al campamento. Eso sí, en los hospitales no hay nada, de ahí lo importante de que lleguen medicinas. Pero su cultura les tira, de ahí que todos están deseando volver.
“Son raciales, son los hijos de las arenas, pero no son niños huérfanos y hacen del desierto algo maravilloso”. La barriada de La Milagrosa celebrará este viernes la fiesta despedida, aunque la partida no será hasta dentro de una semana.