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La tribuna de Viva Sevilla

Usain Bolt o el equilibrio de Dios

Usain Bolt es el único ser humano capaz de rozar, sin perder el aliento, los cuarenta y cinco kilómetros por hora. Tiene unas fibras explosivas que convierten los músculos de sus piernas en una bomba apalancada por un fémur infinito.

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Usain Bolt, el hombre más rápido del planeta Tierra, tiene nombre de rey. No deja de ser presumido, un poco pegotero;  cuando mira hacia arriba, confiesa ver a Bob Marley. Aún lo recuerdo apuntando con el dedo el cielo olímpico de Londres o con el mismo dedo en la boca pidiendo silencio a sus críticos, tirándose de bruces al tartán, haciendo flexiones para demostrar que le sobran fuerzas. Sus carreras siempre  van acompañadas de una escenografía, un numerito que compone según las sensaciones que percibe a su alrededor con su alma de clown.

Se divierte haciéndole muecas imposibles a las cámaras de televisión, montando el arco de Robin Hood, disparando la flecha, las manos sobre la cabeza, moviendo los codos como alas. ¡Usain¡ ¡Usain¡ ¡Usain¡ coreaba la grada de Londres. Aún lo recuerdo. Ochenta mil voces aclamando al último gladiador.


En la era del Twitter supone su mejor metáfora. En pocas palabras, en pocos segundos, diez, veinte al máximo, es capaz de concentrar la atención del mundo entero. Ese es su mensaje conocido. Lo que quizás mucha gente desconozca es que el hombre más rápido del mundo tiene una cojera. La historia se remonta  a la Olimpiada de Atenas, en la que un jovencísimo Bolt, con diecisiete años, sin ganas, sin ilusión por correr, hizo el ridículo en las series de clasificación de doscientos metros. Había notado un pinchazo en los isquiotibiales y acabó la carrera como pudo. Eliminado, la prensa jamaicana, al futuro emperador  lo tachó de blando, de gallina.



Al borde de la retirada, su entrenador Glen Mills lo lleva a Alemania a la consulta de un médico especializado en deporte, en movimiento,  Muller-Wolhlfahrt, que le habla por fin de su invisible cojera.  Usain Bolt tiene escoliosis lumbar y una dismetría: su pierna derecha es 1,5 cm más corta que la izquierda, lo que  le ocasiona descompensaciones tanto en los primeros apoyos como en el impulso. Aplica cerca de un 10 por 100 más de fuerza con la pierna larga. El pronóstico fácil es que Usain Bolt no tendrá una carrera larga: los achaques lumbares y de ciática acabarán con la paciencia de sus músculos isquiotibiales  y de los tendones de las piernas. Su entrenador y su médico no se resignan. Un entrenamiento sofisticado, con miles de ejercicios abdominales y lumbares entre otras precauciones, hacen el milagro.


Usain Bolt es el único ser humano capaz de rozar, sin perder el aliento, los cuarenta y cinco kilómetros por hora. Tiene unas  fibras explosivas que convierten los músculos de sus piernas en una bomba apalancada por un fémur infinito. Un prodigio de la genética capaz de correr los doscientos metros haciendo mejor tiempo en los segundos cien que en los primeros. Saliendo de la curva, Usain cambia las leyes de la biomecánica. No corre, vuela.


Cuando compite en cien metros pasa siete de los nueve segundos y picos en el aire. Lleva un turbo en los gemelos. El único ser humano capaz de superar los cuatrocientos kilos de fuerza directa aplicada al suelo en cada paso de carrera. Todo ello a pesar de sus dubitativas salidas, en las que parece meditar si merece la pena descender a este mundo para demostrar que es el hombre más veloz.     


Extravagante, irreverente a veces, para Bolt el atletismo es una especie de baile, casi un arte. Un artista que da un retorno publicitario de hasta un 250 por ciento. En la Olimpiada de Pekín, tras ganar, se fue a comer alitas de pollo, su gran adicción confesada. En la Olimpiada de Londres se quejó ante la organización de que horas antes de la final, en la cámara de llamada, los vigilantes le quitaron de la bolsa una cuerda para saltar a la comba.


“Me siento una leyenda y ese es un gran sentimiento”, dice. En otra entrevista le preguntaron acerca de la paradoja de que el hombre más rápido del mundo tuviera una cojera. “Dios seguramente ha querido equilibrar las cosas”, respondió antes de ponerse los cascos y seguir escuchando a Bob Marley: en este futuro prometedor no puedes olvidar tu pasado, no llores mujer, no woman no cry.

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