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La lluvia da el primer aviso serio a una Feria que se va

La climatología y el cansancio de las jornadas previas deparan uno de los jueves más tranquilos de los últimos años

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  • Jueves de feria y lluvia -

Jerez no se lo pensó dos veces y este año quiso recibir a su Feria a porta gayola, como si no hubiera un mañana. Luego llegó la larga cambiada afarolada y una serie de verónicas que hicieron estremecer los cimientos del González Hontoria -si es que los tiene-. La cosa pintaba bien, y mucho mejor aún cuando la semana se encontró con el caballo hasta en tres ocasiones, evidenciando su bravura. Sonó la música, se hizo el silencio. A lo Padilla, Jerez colocó banderillas en lo alto del morrillo de una Feria de embestida cada vez más certera. El González Hontoria era un alboroto permanente y nadie dudaba ya de que la faena terminaría en puerta grande.

Ayudados por alto para abrir el último tercio. Silencio expectante en los tendidos. Aparecen el viento y las nubes, y un primer enganchón interrumpe brevemente una espléndida tanda de muletazos. No pasa nada, seguimos, la vida es bella. Llegan los naturales. Otro enganchón en forma de chaparroncito que aplaca el albero. Vamos, que no decaiga. Hay pérdida de confianza, surgen las primeras dudas, pero suena la música para que no se venga abajo el cotarro...

Ahora sí que va a ser verdad que la Feria se acaba, porque esto ya no tiene vuelta atrás, y es ahora cuando se juega la puerta grande o la enfermería. Empezó la cosa veinticuatro horas antes que de costumbre, con mucho ambiente y con un puente festivo que alteró el calendario histórico de cada cual. Quedaba la duda de saber si los jerezanos iban a ser capaces de aguantar el tirón hasta el final o si sería necesaria la llegada de refuerzos llegados desde distintos puntos del país. Y parece que va a quedar esa duda, porque el chaparrón que a eso de las dos de la tarde se dejó sentir en toda la ciudad justificó de algún modo que el jueves pasara por uno de los días más tranquilos de la presente edición de la Feria del Caballo. Nunca se sabrá si esa relativa tranquilidad que se vivió ayer en el Real fue la consecuencia de la incertidumbre meteorológica o del cansancio de una semana que empieza a hacerse larga. 

El jerezano suele ser tan crítico como complaciente. Casi nunca existe el término medio. La gama de grises no parece tener cabida en su paleta de colores. Todo tiende a ser superlativo. Y la Feria del Caballo es, desde hace años, “la mejor del mundo mundial”. Y nada se puede tocar, porque se da por hecho que es insuperable. Luego empiezan a circular por las redes sociales vídeos que dejan en evidencia estas afirmaciones, pero casi siempre gana la autocomplacencia, el todo vale en el que la ciudad lleva instalada hace ya demasiados años.

No parece de recibo que una calle completa del Real se vea ya desprovista de casetas porque nadie quiere estar allí, por miedo a lo que pueda ocurrir. Y no parece tampoco edificante que las cosas que antes ocurrían en esa especie de gueto al que nadie quería mirar ocurran ahora en los paseos nobles del González Hontoria sin necesidad de que sean altísimas horas de la madrugada.

Es irregular que en una Feria que presume de abrir sus casetas a todo el mundo existan todavía sitios en los que se vete el acceso a los menores de una determinada edad, ni que se exija el pago de una consumición mínima a partir de una hora de la noche, lo que viene a ser el abono encubierto de una entrada. Una Feria de porteros gorilas de discoteca apostados ante las puertas de demasiadas casetas no es una Feria, es otra cosa.

A pocos metros de una ciudad efímera que trata de lucir sus mejores galas se acumulan miles de jóvenes -muchísimos de ellos menores de edad- que parecen haberse marcado el objetivo de batir la plusmarca mundial de consumo rápido de alcohol. Y no hace falta irse ya a los lugares habituales de botellón, valen incluso los aparcamientos supuestamente controlados del entorno del González Hontoria, que a diario ofrecen estampas que los visitantes guardarán en sus retinas durante mucho tiempo.

La Feria es un microcosmos del que a veces es mejor no salir para no darse de bruces con una incómoda trastienda, para no asistir por ejemplo al espectáculo que ofrece una parcela anexa a lo que siempre se conoció como la carretera de Circunvalación repleta de caballos y enganches de dudosa condición llegados desde distintos puntos de la geografía andaluza para pasear por el González Hontoria a cambio de unos euros.

Pero todo esto -y mucho más- no debe poner en tela de juicio el producto final que Jerez ofrece al mundo. La Feria del Caballo es incomparable, pero hay que evitar la autocomplacencia y para ello se antoja muy necesario controlar determinadas cuestiones, no vaya a ser que con el paso del tiempo esa incómoda trastienda siga ganando terreno y restándole esplendor.

La faena que se inició a porta gayola, con la larga cambiada afarolada, los tres encuentros con el caballo y los pares de banderillas en todo lo alto del morrillo se está haciendo larga. Los ayudados por alto dieron paso a los naturales y los derechazos y sonó el pasodoble para que no faltara de nada.

Ahora se ha hecho el silencio. Trasteo por bajo, desconfianza, algún adorno de cara a la galería, un abaniqueo para darle aire a la fiesta. Ha sonado ya el primer aviso. Vuelve a llover. El público se refugia en la grada alta, alguno abandona la plaza. La faena va de más a menos, pero aún resta la suerte suprema, el viernes y el sábado de Feria. Suerte y al toro.  

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