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Una noche en la ópera

Raquel Lojendio brinda una Violetta memorable en el Teatro Villamarta junto al barítono Javier Franco, sobresaliente, y una soberbia puesta en escena

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  • La Traviata -

La primera ópera que presencié en el Teatro Villamarta fue Porgy and Bess. Era el año 1998. Por aquel entonces el propio teatro andaba inmerso en una de sus producciones más ambiciosas, La Traviata de Verdi. Ahora, con motivo del 30 aniversario de la reapertura del teatro, esa misma producción ha regresado a sus tablas, aunque ha terminado por hacerlo para algo más que una conmemoración, para ejercer una reivindicación: la del propio coliseo jerezano como gran emblema cultural de prestigio para la ciudad y la del género lírico como una de las razones de ser de su existencia. Y es en noches como la de este pasado viernes, cuando se ve compensado el empeño y la voluntad que fueron necesarias para evitar el cerrojazo a sus puertas el pasado diciembre. 

Las noches de ópera tienen algo especial en el Teatro Villamarta. Sin la pródiga programación lírica de hace unos años, pero con apuestas contadas y seguras como la de esta temporada con La Traviata, no sólo preserva el privilegio del género, sino que aviva la expectación, incluso entre el público menos habitual. La doble cita de este fin de semana era, pues, especialísima, como ratificaron el ambiente y el mismo lleno de las butacas.

Sobre el escenario, una de las óperas más célebres y populares de todos los tiempos, pese al terrible disgusto que ocasionó a su autor, Giuseppe Verdi, la noche del estreno, un 6 de marzo de 1853 en Venecia. Cuentan que al día siguiente, desesperado, escribió a un amigo para confesarle: “La traviata, anoche un fracaso. ¿Fallo mío o de los cantantes? El tiempo lo dirá”. Debió ser lo segundo; de hecho, se ha escrito y hablado tanto de ella durante más de siglo y medio que cuando se tiene la oportunidad de presenciarla en directo no queda más que tratar de entregarse al disfrute, y la versión representada en el Villamarta responde de manera gozosa a esa aspiración.

Lo hace a partir de una soberbia puesta en escena, entregada tanto al espectáculo como a los detalles, como cabe apreciar durante los preludios del primer y tercer acto, o durante la fiesta española en el salón de Flora, en los que prevalece un compromiso narrativo más allá de la propia partitura. Pero esa puesta en escena quedaría incompleta sin una exigida Violetta a la que aquí da voz y vida de forma memorable Raquel Lojendio, como soprano y como actriz, con un registro dramático impecable, o sin la sobresaliente aportación del barítono Javier Franco, que construye asimismo un poderoso Giorgio Germont que arrancó varias ovaciones del público, o sin la muy acertada dirección musical de José María Moreno al frente de la Orquesta Filarmónica de Málaga, o sin la excelente contribución del Coro del propio teatro, bajo la dirección de Joan Cabero... Hay más motivos, pero poco espacio; el suficiente para reivindicar muchas más noches como ésta en nuestro Villamarta.  

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