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Aquellas copas de cisco y picón

Los cortes de luz me recuerdan aquellos años en los que mi madre salí a a las 7 de la tarde a comprar velas porque habría que cenar a la luz de las mismas

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A la tercera va a ser la vencida. Es que hasta en tres ocasiones ha habido un corte de luz y cuando esta pieza de opinión estaba a punto de ver su punto y final, todo se ha ido al garete y hemos tenido que empezar. Qué se le va a hacer. Comencé en mi primera intención hablando de la necesidad que tiene Jerez de trabajo, de consolidar esa calidad de vida que tenemos con un trabajo que dé estabilidad a los jerezanos y jerezanas y que deja la puerta abierta para una ciudad que alcance cotas demográficas superiores a las que ahora mismo tiene.

Seguí en el segundo intento hablando de esos proyectos que están en marcha en la plaza de Las Angustias, en la Plaza Belén y su Ciudad del Flamenco o en el entorno de la Plaza San Juan, sin olvidar el que se va a llevar a cabo en la Catedral. Proyectos y proyectos que en algunos casos están en marcha y en otros están por llegar y que, indiscutiblemente, darán mano de obra, pondrá en valor el mundo de la construcción, una construcción que igualmente se comienza a adivinar en algunas zonas donde se van a levantar edificios. Parece que la economía lentamente se mueve, algo se mueve aunque quizás no a los niveles que se desearían.

Escribía de todo ello cuando los repetidos cortes de luz me devolvieron a épocas pretéritas cuando mi madre salía de casa, presurosa, a las siete de una tarde de agua a comprar velas porque se presagiaba que a su luz íbamos a tener que cenar. Eran esas tardes noches de agua y frío con la mesa camilla recogiéndonos a todos al calor de la copa de cisco y picón, con la alhuzema para darle olor. Esa copa que se hacía en el patio a las cuatro de la tarde para que estuviese en todo su apogeo a la hora de sentarnos a comer las papas con huevo, con la radio encendida escuchando el ‘parte’ de las 10 y la despedida con los minutos deportivos de Manuel Deportista en Radio Jerez.

Eran esos inviernos de frío y agua, como los de ahora, aunque antes, por aquello de la falta de calorías y la humedad en las casas, parecía que hacía mucho más frío. Como ven el cambio climático es tan real que en enero llueve y nieva y en el mes de agosto estamos tostándonos al sol. 

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