¿Y ahora qué te digo?, dirán que te has convertido una leyenda cuando en realidad ya lo eras, una leyenda viviente, alguien a quien admirar por tu valentía, por tu libertad, por tu modo de hablar sin tapujos y con desparpajo… por tu propia filosofía de vida, esa que tanto te gustaba y tratabas de enseñar continuamente.
Te has ido como lo hacen los grandes mitos. Duele, duele ver como lo hiciste. No niego que se me ha escapado alguna lágrima, pero prefiero recordarte como te vi aquel día con la peluca que llevabas en los últimos tiempos, las gafas de sol y el casco de moto puestos todo a la vez, diciendo con una enorme sonrisa en lo poco que se te veía de la cara: “aquí estoy de “incosgnito”, no se lo digas a nadie”.
Te has ido físicamente, pero como buen gaditano te bautizaste con agua del mar, bendita de sal y de espuma. Tu nana fue carnaval, hiciste de tu llanto al nacer un grito para beber de un pecho lleno de encanto. Contigo estalló el encanto de la primavera fuera la estación que fuera y los astros se alinearon deteniendo el temporal para que el mundo floreciera y cada día pareciera sábado de carnaval. Fuiste arrullado en brazos de una gaditana. Contigo no salió el miedo volando, simplemente lo espantaste por esa misma ventana por la que entra la alegría., que hasta los dioses quisieron volver a nacer y ser para siempre de Cádiz.
No lloraré tu muerte, celebraré tu nacimiento porque tú has matado a la muerte, el nacimiento del mito inmortal de Juan Carlos Aragón, al que tuve la gran suerte de conocer y echaré de tanto de menos.
¡Levantemos la copa por él ¡