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Disciplina y pesadumbre en la cola del supermercado

Hay algo muy en común en todos los supermercados: la distancia con la que nos saludamos, sin besos ni manos. Es comprensible. También necesario.

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  • En la cola para pagar la compra del día -

 Hace muchos años, Forges publicó en El País un 1 de agosto una viñeta en la que aparecía el skyline de Madrid y un bocadillo único pero apuntando a la mayoría de edificios de la ciudad en el que se leía: “Mañana salimos a las seis de la mañana y nos evitamos el atasco”. Es lo mismo que debieron pensar este viernes, pasadas las tres de la tarde, todos los que decidieron salir a hacer la compra aprovechando que es la hora de menor afluencia a los supermercados. No fue así. Pedro Sánchez casi acababa de anunciar el estado de alarma y el efecto llamada se hizo patente de inmediato entre quienes no habían tenido ocasión de hacer sus compras durante la mañana.

El problema es que ya, a esas horas, muchas de las estanterías se encontraban vacías, pese al trabajo incesante de los reponedores y en función de la gran superficie en la que realizaras las compras. Así quedaba de manifiesto tras un recorrido realizado a esa hora por hasta cinco establecimientos de referencia en la ciudad de Jerez, en los que algunos clientes no dudaban en compartir sus impresiones: “¿Pues no decían que no iba a haber problemas y que iba a haber de todo cuando fuéramos a comprar? ¿A ver dónde está lo que me hace falta?”, se quejaba amargamente una señora. En otro de los establecimientos, y ante una larga hilera de estanterías vacías, uno de los empleados aseguraba que no había problemas, pero que ya había que esperar al día siguiente: “Por las mañanas a las 9, cuando abrimos, está todo repuesto, pero esta mañana ha venido muchísima gente y hasta el cierre no empieza la reposición”.

No falta, por ejemplo, el papel higiénico, que después de la psicosis vivida en los últimos días, ha obligado a las tiendas a reforzar sus suministros. Una de las encargadas de ubicarlos en una estantería se sincera ante la pregunta por el precio de esa marca: “No tengo ni idea, los estoy poniendo aquí porque hay espacio, pero los precios de la estantería puede que no se correspondan. Es por la premura”, se disculpa.

En la caja de otro supermercado, éste de proximidad, nos aseguran que entre las nueve y las diez de la mañana habían hecho de caja casi lo mismo que un día normal hasta las dos de la tarde. “Pues a mí me han dicho que en el centro comercial de la zona sur se podía comprar sin problema”, apunta una de las personas que hacen cola, pero rápidamente la corrige otra joven a su lado. “Qué va, yo soy reponedora allí y esta mañana había tanta gente que hasta nos empujaban para que nos quitásemos. Increíble”.

En algunos sitios, también, más colas que en otros para pagar, más estanterías vacías que en otros, y más desorganización, consecuencia más de la prisa del público a su paso por los pasillos que de la propia tienda, pero reflejo evidente del nerviosismo y la incertidumbre que se ha apoderado de la mayoría. Lo único en común en todos ellos, la distancia con la que nos saludamos, sin besos ni manos, apenas un leve alzamiento del brazo o un gesto con la cara. Es comprensible. También necesario.

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