Hay escritores de novelas policíacas que se inspiran en su imaginación y lecturas (Carvalho, el detective creado por Vázquez Montalbán, reúne numerosos perfiles de Maigret), pero otros autores, muy escasos, han tenido una vida casi más fascinante y aventurera que sus propios protagonistas. Simenon, por ejemplo, presenta una biografía agitadísima y con claroscuros. Y AEW Mason (1865-1948), del que la editorial Espuela de Plata publica una sensacional nueva novela, ‘La casa de la flecha’, sobre el inspector Gabriel Hanaud, de la Sûreté de París, Mason, decíamos, fue miembro del Servicio Secreto británico y desplegó una actividad constante en España y en el norte de África vigilando los movimientos de los submarinos alemanes. Incluso presenció el fusilamiento de Mata Hari. Así lo explica en el excelente prólogo de la novela Antonio González Lejárraga. ‘La casa de la flecha’ es un libro de sólida estructura, con un estilo sobrio pero de destellos brillantes, el final de cada capítulo en punta. Un libro que envuelve al lector en su historia y en la intriga. Mason utiliza la experiencia de su vida, y la información que le facilitó algún compañero espía, para insertarlas en la trama. E incluso aporta sus conocimientos de la lidia (debió ser un buen aficionado a los toros) para que Hanaud explique a su amigo Jim Frobisher los tiempos de una investigación policial.
‘La casa de la flecha’, publicada en 1924, gira en torno a Betty Harlowe, una hermosa y enigmática joven que es acusada de asesinato en Dijon (Francia) por un tipo apellidado Wabersky con fama de sucio chantajista. Y allí acude Hanaud, seguro de su inteligencia, brillante, fanfarrón, irónico, con unas dotes de interpretación en la escena del crimen que provocan que parezca un actor, pero que en el fondo es un policía duro, implacable: un hombre de acero. El escritor AEW Mason, además de caminar sigilosamente sobre el vértigo de su propia vida, y de escribir novelas de éxito, que fueron adaptadas al teatro y al cine, debió ser un extraordinario lector. De Poe. De muchos. Y de Shakespeare, del que cogió la capacidad de interpretar el alma humana. E incluso alguna frase: “Era demasiado rápida y esquiva para Jim Frobisher. Tenía algo de Ariel en su concepción: una delicada criatura de fuego, espíritu y aire”, recoge Mason de ‘La Tempestad’. Y escribe: “Todos somos sirvientes del azar” (Woody Allen tomaría esa frase como lema de su reciente película parisina). Mason, como Simenon, sí, crea adicción a sus libros.