Cada una de las actuaciones e iniciativas de un centro educativo debe contribuir al mejor futuro de sus alumnos y de la sociedad. Ello significa atender a su presente y ayudarles a desarrollar las capacidades y adquirir los conocimientos que necesitarán de adultos. Un mundo cada vez más complejo e interconectado y una sociedad de evolución cada vez más rápida representan una gran oportunidad. Los centros hemos de responder a ese reto.
A tal fin son imprescindibles la capacidad operativa y el aprendizaje colaborativo. La libertad de acción, siempre al servicio de la pedagogía, permite adaptarse ágilmente a las necesidades de cada niño, a los avances del conocimiento neurocientífico y tecnológico.
La cooperación entre centros en la formación continua de los docentes, como garantiza el Bachillerato Internacional, es la única vía efectiva para hacer frente al desafío. A la vez, esas propias incertidumbres aludidas apuntan soluciones:
- Una sociedad crecientemente plural (de opiniones, procedencias, intereses) exige que sepamos enriquecer al conjunto “gracias a” nuestras diferencias y no “a pesar de” ellas. Cuanto más homogéneo sea un ambiente educativo más dificultades acabará acarreando a sus estudiantes.
- La evolución tecnológica acelerada nos obliga a aprender, y a olvidar, de modo continuo. Necesitamos filtrar y eliminar el tiempo invertido en saberes que no aportarán valor, así como ejercitar la mutabilidad para no quedar desfasados. Es fundamental imaginar los nuevos planteamientos que abre la tecnología y para ello entrenar el pensamiento creativo y divergente.
- La capacidad operativa humana en aumento impone un profundo respeto por el medioambiente, sin el cual causaremos un desastre que afectará a todos. El diseño genético guiará la evolución junto a la impredecible y lenta mutación espontánea. Se requerirá un muy sólido y consensuado fundamento ético, lo cual nos vuelve al punto de la diversidad social.
- Solo el esfuerzo permanente, el diseño atento y vigilante del futuro que deseamos, pueden llevar al éxito. Involucramiento de las familias, proactividad de los alumnos, actualización profesional de los docentes. Es la termodinámica elemental aplicada a crear una sociedad más compleja y mejor. Innovar implica el riesgo de cometer algunos errores. Fosilizarse supone la certeza de conservar meras formas inertes.
Despierta una enorme ilusión la perspectiva de poder planificar, afinar, guiarse por criterios objetivos pedagógicos para poner en práctica una educación de calidad. Implantar programas internacionales plantea dos condiciones: cumplir unos requisitos pedagógicos muchísimo más exigentes y estar dispuestos a cuestionar y desterrar hábitos. Hay que abandonar el camino trillado y a cambio demostrar, ante expertos de distintos países, que se planifica buscando el bien del alumno, se dota los recursos necesarios y se gestiona de modo adecuado.
En suma, que se avanza en la línea marcada por la investigación educativa. Consciente de todo esto, el pleno del Ayuntamiento de Sevilla aprobó por unanimidad, hace casi dos años, la financiación del programa del Bachillerato Internacional para la ESO en cinco institutos. Hubo más de diez centros candidatos. Se pretende dar un impulso justo a las zonas que menor rendimiento educativo y más problemas sociales tienen.
Esperemos que la iniciativa no se pierda en los laberintos administrativos. Sevilla podría ser la capital europea de la innovación educativa, algo que ninguna ciudad se ha propuesto hasta ahora y que nos daría una enorme ventaja competitiva. Necesitamos mejorar nuestra educación, abrir posibilidades a nuestra juventud y acelerar el progreso de nuestra sociedad. Hay muchos, en Sevilla y en el extranjero, dispuestos a colaborar. Nuestra vocación nos alienta, nuestra trayectoria nos guía, nuestra responsabilidad social lo exige y nuestros alumnos lo necesitan. ¡Va por ellos!