“Dígase para empezar que Marley había muerto”. Canción de Navidad. Charles Dickens
Dígase para empezar que habrá Navidad de la misma manera que hubo Semana Santa. No habrá cabalgatas, ni belenes vivientes, como tampoco hubo procesiones, pero el calendario, los festivos, la tradición -la religiosa y la sentimental- y los recuerdos prevalecen en ambos casos por encima de suspensiones y restricciones. Pese a las sillas vacías y la zambomba y su carrizo en el trastero, no hemos olvidado ni la solidaridad ni los regalos, ni siquiera montar el Nacimiento o el árbol, y este martes volveremos a encender la radio a primera hora para cambiar los villancicos por esa otra banda sonora de fondo, que siempre invoca a la infancia, y que entonan los niños de San Ildefonso. Ya, quien pueda, pavo o besugo en la noche y buena de la Navidad, más los brindis, las risas, las lágrimas por Skype y los memes por whatsapp.
Le recuerdan estos días a los niños en clase de Religión que la Navidad -y el niño Jesús- “vive en nuestros corazones”, como si no necesitaran mayor consuelo que ése para pasar unas vacaciones... “atípicas”, por supuesto, porque todo lo sigue siendo. Para lo que no hay consuelo es para cubrir las horas de clase, estudio y formación perdidas a lo largo del año, pese a la encomiable entrega y profesionalidad del profesorado a la hora de enfrentarse a otro curso... “atípico” -¡equilicuá!-, con rotaciones, clases telemáticas, bajas puntuales y una dinámica exigente de resultados impredecibles, en los que también influirá el impacto psicológico de la pandemia en los propios alumnos, cuando no en los padres.
Por contra, donde todo resulta absurdamente típico es en el territorio asintomático de la política. Qué cansancio y qué hartazgo entre conspiraciones y salvapatrias, entre desprecios y soberbias, entre inútiles y sobrados, entre negaciones y mentiras, entre obcecados e iluminados, entre inquisidores y manipuladores, entre odios y rabias, entre inoperantes y sabelotodos, entre trileros y prestidigitadores, entre unos y entre otros, y la casa sin barrer, como si todo tuviera que girar en torno a sus desavenencias e imposturas. No pretendo generalizar, ni apuntar a todos por igual, pero hay sensaciones que prevalecen, punzantes, fatigosas. Hablo del hartazgo. Cada cual elija sus nombres propios.
La primera vez que cubrí un pleno en diciembre, y hace ya más navidades de las que me atrevo a confesar, los concejales terminaron cantando villancicos y repartiendo mantecados y copas de anís entre los asombrados asistentes. Puede que aún ocurra en algunas ciudades, pero, definitivamente, se ha ido perdiendo, y no por falta de costumbre, sino por la progresiva ausencia de camaradería entre los integrantes de los distintos partidos, incapaces de separar o de diferenciar las siglas de la convivencia política. Ha llegado a tal estado el nivel de enemistad que ha trascendido lo ideológico para instalarse en el plano de lo personal, y así es imposible encontrar soluciones compartidas para una ciudad, de la misma forma que ahora son incapaces de juntar un coro improvisado para cantar villancicos, y puede que ni para elegir repertorio. Ni ganas; mucho menos después de sesiones plenarias de diez o doce horas de casi absoluta intrascendencia, como la de este jueves en Jerez.
Un día después, para hacer ver que todo no es distanciamiento, Ayuntamiento y Junta celebraban el acuerdo para desbloquear las obras del centro. Les faltó el anís y los villancicos. Una pena que llegue con ocho meses de retraso, tras una serie de pulsos y tensiones que remiten directamente a su falta de capacidad mutua para alcanzar a tiempo el consenso necesario, cuando no es solo tiempo lo que se ha perdido. Lo importante, ojalá, es que hayan aprendido la lección, o lo tomen como ejemplo, que suena menos solemne y ofensivo, o como moraleja, que no es solo una zona residencial de lujo de Madrid. Y puesto que hay moralejas a las que llegamos después de que sus historias arranquen de forma terrible -“Dígase para empezar que Marley había muerto”-; tal vez no haya que darlo todo por perdido.
Con mis mejores deseos, Feliz Navidad.