“Debemos estar preparados para el cambio”, ha explicado a Efe Mireia Torres, directora técnica de Bodegas Miguel Torres, promotora el consorcio Cenit Demeter, que analizará hasta 2011 la influencia del cambio climático en la maduración de la uva.
El proyecto, en el que participan 25 compañías vitivinícolas y 31 grupos de investigación españoles, está cofinanciado por el Ministerio de Ciencia e Innovación a través del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI), que favorece la transferencia del conocimiento entre el sector público y el privado.
Hace unos años algunos viticultores empezaron a observar cambios en el proceso de maduración de la uva, con un desfase entre la madurez en el contenido de azúcares y la madurez de los aromas y los polifenoles, unos extractos con un poder antioxidante treinta veces superior al de cualquier otra materia prima.
“Este desfase obliga a decidir si elige la uva en un momento de grado alcohólico adecuado pero en el que los vinos son menos intensos aromáticamente; o bien espera a tener una expresión aromática más intensa pero con un grado alcohólico más elevado”, ha indicado Torres.
Para Juan Francisco Cacho, catedrático de Química Analítica de la Universidad de Zaragoza e investigador del proyecto, este desfase provoca que los vinos puedan alcanzar los 15 ó 16 grados de alcohol, poco convenientes para un consumidor que, según los enólogos, opta por caldos con más armonía y un balance perfecto entre sus componentes.
España posee el viñedo más extenso del mundo con un 14% de la superficie mundial y es el tercer país exportador de vinos con 14 millones de hectolitros anuales.
La vendimia es una víctima más del cambio climático, pues –como ha recordado el director técnico de Bodegas Pérez Pascuas, José Manuel Pérez– “si tradicionalmente en la Ribera del Duero la recolección tenía lugar sobre el 10 ó 12 de octubre, en los últimos años hemos tenido que comenzarla a últimos de septiembre”.
“Hay una tendencia irreversible hacia la mediterranización del norte peninsular y la aridización del sur, con un desplazamiento de las cosechas agrícolas”, ha explicado el director del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE), Luis Jiménez.
La amenaza del cambio climático está haciendo además que algunos viticultores se planteen adquirir terrenos en otros países europeos como Reino Unido, donde los expertos pronostican que las condiciones climáticas se aproximarán progresivamente a las registradas actualmente en España.
De momento, esta posibilidad es solo una hipótesis “demasiado prematura”, por lo que las bodegas se decantan por ubicar sus vides en zonas altas como en el Prepirineo, a 900 metros de altura.
En esta misma línea, Cacho ha abogado por plantar en altitudes superiores a las actuales y buscar sistemas tecnológicos que permitan obtener un vino con un grado alcohólico inferior al que se obtendría directamente de la uva.
En la Ribera del Duero, la tercera generación de la familia Pérez Pascuas ha empezado a comercializar un vino elaborado a partir de viñedos situados a 844 metros de altitud.
En cualquier caso, -a juicio de Cacho- “la idea no es marcharse a Holanda o más arriba para plantar viñas, sino seguir aquí donde estamos y disponer de suficiente información para producir vino de calidad dentro de 20 añadas”.
Entre el resto de investigaciones, figuran el estudio del estrés hídrico de la vid, la incorporación de tecnologías avanzadas en la gestión enológica o la adaptación del cava al cambio climático.
El proyecto también analiza cómo las enfermedades de la madera, una de las primeras causas de mortandad de las vides, podrían agravarse con inviernos más cálidos y después de que el único medicamento eficaz contra esta plaga fuera prohibido por la Unión Europea.
“Hay que ser optimista, estamos en una muy buena posición y cada vez nuestros vinos tienen más prestigio a nivel internacional”, ha apuntado Pérez.