El escritor canadiense David Gilmour propone una nueva educación sentimental a través del cine en el libro Cineclub, que cuenta la historia real y conmovedora de un padre que intenta acercarse a su hijo adolescente.
En una entrevista concedida a Efe, Gilmour admite que Cineclub (Mondadori en castellano, Empuries en catalán) puede constituir “un manual o guía de cómo tratar a adolescentes”, pero en realidad el mensaje que pretende transmitir el libro es que “es importante que cualquier chico pase tiempo con su padre”.
La mayoría de problemas que hay en Norteamérica con los chicos adolescentes, añade el autor, suceden por ser “jóvenes que no tienen en sus vidas la figura del padre”.
El punto de partida de la experiencia fueron las malas notas de su hijo Jesse, incapaz de acabar la secundaria y que comenzó a ausentarse del instituto.
Fue entonces cuando Gilmour planteó la disyuntiva a su hijo. “Podrás abandonar el instituto, no tienes que trabajar, no tienes que pagar alquiler, puedes dormir hasta las cinco todos los días y nada de drogas”, y lo único que le exigió fue ver juntos tres películas a la semana, elegidas por el padre.
“Es la única educación que vas a recibir”, le dijo Gilmour, quien mantuvo esta estratagema durante tres años, entre los 16 y los 19 años de Jesse. En esos tres años vieron juntos filmes esenciales como Los 400 golpes, La dolce vita, Desayuno con diamantes, El padrino, Annie Hall, Psicosis o Un tranvía llamado deseo y otros menos relevantes pero interesantes para la conversación como Alerta máxima, Showgirls o Corrupción en Miami.
Sobre la validez de esta educación cinematográfica, Gilmour cree que “no es seguro que la gente podamos aprender algo del arte, pues aprendemos sobre la vida desde la vida misma, pero en nuestro caso las películas, el cine, nos sirvió para estar juntos y a partir de ahí entablar una conversación”.
Al respecto, Cineclub es “una biografía de la relación entre un padre y su hijo y, en definitiva, una carta de amor de un padre a un hijo”, algo poco habitual, porque normalmente los hombres “suelen escribir sobre lo mucho que se enamoran y aman a las mujeres, sobre el deporte que les gusta practicar, pero rara vez escriben sobre lo que quieren a sus hijos”.
Gilmour aclara que durante los tres años que duró el experimento “jamás se me había pasado por la cabeza escribir un libro y, de hecho, fue Jesse quien me dio la idea”.
Consciente de que Cineclub ofrece sólo una visión de aquellos tres años de convivencia mutua con el séptimo arte, Gilmour aclara que “si mi hijo hace algo, no será un libro, sino una película, pues ahora está estudiando en la Escuela de Arte Dramático y ya ha escrito un guión”.
Gilmour, que fue crítico de cine durante quince años y llegó a dirigir el Festival de Cine de Toronto, trató de “sacar a Jesse del aburrimiento y del fracaso escolar y proporcionarle una experiencia placentera a través del cine, que era lo único que le gustaba, porque detestaba los libros y el teatro, y si había alguna rendija para introducir algún elemento educativo siempre lo aprovechaba”.
A Jesse, que acompañó a su padre en la promoción de “Cineclub” por EEUU, no acabó de agradarle el libro: “Es como un álbum con 250 fotos de mi hijo y evidentemente no todas las fotos le gustan, y por eso sólo lo ha leído una vez y, en cambio, mis novelas las lee una y otra vez”.
Por un sentimiento de culpa, para complacerle, Gilmour cedió a su hijo el 25% de los derechos generados por “Cineclub” y “cuando ha visto que se ha convertido en superventas en todos los sitios está más contento”.