Pasar una hora en el Museo de Cádiz es de lo más productivo e incluso divertido, haciéndote sentir cual detective, especialmente si se va acompañado por Juan Ignacio Vallejo, el director de estas instalaciones museísticas. Era una visita guiada con dos pases para descifrar “Objetos Arqueológicos No Identificados”. Durante el recorrido que se pudieron ver desde fundas de dedos para los arqueros, hasta la que sería posiblemente “la primera escultura móvil documentada” pasando por los grilletes sin sistema de apertura y cierre encontrados en los tobillos de una esclava de la época romana, hasta un silbato y restos de cerraduras y candados de nuestros antepasados.
El recorrido con el tono ameno de Vallejo trasladaba a las películas de época, te transformaba en un centurión romano en la sartén de Andalucía o te llevaba a los oráculos para pedir consejo sobre el futuro a las divinidades. Increíble percibir, como decía uno de los asistentes, que la vida no ha cambiado: “Se siguen pidiendo predicciones de futuro, se ora, se hacen ofrendas, se usan los mismos sistemas de seguridad, se cree en la fuerza de piedras como el cuarzo. A pesar del paso de los años la vida no ha cambiado”. Y con esta sensación se adentraba uno en la visita que arrancaba en la primera sala del museo mostrando el cristal de cuarzo ahumado, de grandes dimensiones, y sin trabajar que aparecía en el dolmen de Alberite, en Villamartín, que es “de los más antiguos de Andalucía”. La relación del cuarzo y el esoterismo y su carga simbólica reflejaban esa importancia del cristal de roca y el cuarzo.
El segundo de los objetos era una pieza de cerámica consistente en un vaso globular del Neolítico con perforaciones en un lateral, que funcionaban a modo de laña para reparar las roturas de las vasijas. Esta explicación incluía un vídeo cortito sobre el trabajo de reparación en porcelana.
Una de las más increíbles era una escultura fenicia en piedra considerada como la primera escultura móvil documentada, a modo de títere, para hacerse una idea. Se trata de una divinidad, a la que en un contexto del oráculo, con plantas y sustancias alucinógenas, se le preguntaba por cualquier aspecto personal y ella contestaba con un movimiento de su brazo. La escultura data del siglo IV o V y se encuentra muy deteriorada.
También se analizó un silbato, usado en el campo de batalla para dar instrucciones; otro de los objetos eran dediles de bronce a los que les faltaría la sujeción a través de cuero, para proteger los dedos de los arqueros de posibles lesiones. También había un ejemplo de una protección para la muñeca para evitar que el latigazo de la cuerda del arco rebotara en la piel.
Resultaban curiosos los fragmentos de cerradura de pequeñas cajas de caudales. En el Museo de Cádiz cuentan con restos de llaves, candados, de distintos tamaños. Aquí se mostraba a cámara rápida el funcionamiento de las cerraduras de la época romana, que hacían más fácil comprender ese objeto no identificado.
El último objeto que se descifraba durante la visita eran unas cajas en hueso, muy pequeñas, que tenían como función proteger las improntas de sellos en arcilla, cera o lacre. “El sello había que custodiarlo bien, porque si te lo robaban era como si a día de hoy te robaran el pin del móvil”. Una manera peculiar de explicar la relevancia de estos sellos que servían para emitir los mensajes.
En muchas de estas explicaciones se ofrecen hipótesis que están en movimiento y que a día de hoy se encuentran dentro de un proceso de investigación, que arranca hace años. “El Museo parece que todo es estático, pero es un proceso que continúa. Cuando se hallan piezas en excavaciones se continúa con la investigación para ver hasta dónde se sabe de dichos objetos y qué utilidad o función tuvieron en su momento”.
La visita cubría todas las expectativas, convirtiéndose en una de las acciones puestas en marcha para abrir el Museo a la ciudadanía.