Si hasta hace dos días las luces y sombras del genio lombardo podían contemplarse en la Ciudad Eterna junto a los atormentados lienzos de Francis Bacon, en una muestra que ponía en paralelo la obra de los dos artistas, ahora el italiano resurge en solitario en las Caballerizas del Quirinal con Caravaggio.
Una exposición que pretende alejarse de las diatribas y especulaciones que acompañan siempre al genio del claroscuro y está centrada exclusivamente en las obras que le han sido atribuidas sin discusión por críticos e historiadores.
“Caravaggio atrae porque su vida se refleja en la potencia extrema de la obra, llena de violencia, de tragedia, de ineludible destino y de desesperación”, según el comisario de la exposición, Claudio Strinati.
Los 24 cuadros reunidos en esta antológica presentan “al verdadero Caravaggio, al puro y seguro”, explicó ayer el director de los Museos Vaticanos y presidente del comité científico del Museo de las Caballerizas del Quirinal, Antonio Paolucci.
Tres secciones –Juventud, (1592-1599); Éxito (1600-1606) y Fuga (1606-1610)– se adentran en la breve y turbulenta trayectoria de este genio que se vio forzado a dejar Roma tras la muerte de Ranuccio Tomassini, a quién asesinó en una pelea callejera.
El legado de Caravaggio (1571-1610), considerado uno de los precursores de la pintura moderna, fue rápidamente olvidado tras su muerte y no fue redescubierto hasta el siglo XX.