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Ese olor tan suyo

Se sea católico o no, es bello en su tristeza porque todos guardamos personas que se fueron y que viven en el recuerdo de quienes les amaron

Publicado: 31/10/2024 ·
11:52
· Actualizado: 31/10/2024 · 11:52
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  • El jardín de Bomarzo.

“La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”Isabel Allende.

Cuando el otoño transita por octubre hacia noviembre para enfilar el invierno, que se acerca, llega el Día de Todos los Santos mediante el cual la iglesia celebra una fiesta por los difuntos santificados una vez han superado el purgatorio. Se sea católico o no, es bello en su tristeza porque todos guardamos personas que se fueron y que viven en el recuerdo de quienes les amaron y esto nada tiene que ver con la religión sino con la vida, de la cual forma parte la muerte y esta festividad resume el cómo nos relacionamos con ella. Naturalizamos –en cierto modo- la muerte a medida que nos hacemos mayores, tal vez la vida a medida que avanza nos va educando-acostumbrando a ello. Y en medio de este sentir trágico y, a la vez, hermoso, cada año toma más auge halloween en esta americanización superflua y descuidada cuando habríamos de cuidar nuestras tradiciones antes que fomentar otras que nos vienen prestadas. Particularmente, la calabaza la prefiero en la cacerola con sus viandas correspondientes para potaje regado con un buen vino mi tierra, Jerez. Y me mueven los Tosantos y cada uno de sus sabores: la berza de coles, las primeras naranjas, el olor a castañas asadas o a boniatos y la naturalidad del sabor a almendras o nueces, los buñuelos. El otoño tiene el color pardo de la hoja que apunta caída y el aroma a leña.

Y en este clima convulso nos ha llegado esta Dana prevista por meteorólogos pero, a la vez, imprevista en su brutal contundencia, dejando imágenes de tragedia que nos recuerdan lo pequeña que es la vida ante un soplido de la naturaleza, la embestida que en minutos lo devora todo y ante la cual no hay plan de emergencia bajo el que cobijarse. Ni ciudad que absorba tanta agua, esa misma que anhelamos durante meses de sequía y que caída tan de golpe se cobra su precio en vidas.

La otra Dana, la política, arrecia. Es posible, sin excesivo riesgo a equívoco, que atravesemos actualmente uno de los momentos más insustanciales de la historia de la democracia, solo basta detenerse con la mente en blanco, sin prejuicios ni partidismos, ante cualquier espacio informativo de rigor para concluir que esto, forzosamente, no tiene pinta de que acabe bien y, es más, tiende a empeorar. No hay debate de gestión alguno ni el responsable ejercicio de trabajar en la búsqueda de mejorar la vida del ciudadano como máxima fundamental, al contrario, la gente solo parece útil en su maleabilidad electoral. El y tú más resulta de lo más agotador, tan es así que ni el Gobierno de Sánchez suspendió el pleno de control de la RTVE cuando la desgracia de la Dana se había cobrado en ese momento 70 víctimas en España ni el PP desaprovechó el momento para cobrarse precio y hablar de “bochorno”.

A la semana se suma el caso que rodea a lo sucedido con Errejón. La asombrosa violencia machista de quien durante años se ha llenado la boca en defensa de la mujer y, de hecho, representaba a su formación como paradigma teórico del feminismo relata la pantomima que la vida pública y la política puede llegar a ser, convirtiendo a personas en meros personajes de sí mismos. Y no hay que generalizar. Es, en todo caso, como algunos de aquellos curas de antes que daban lecciones de castidad sobre el sagrado púlpito cuando sus manos largas eran adictas al manoseo.

El riesgo es nuevo y no hay duda que todo el entramado político anda inquieto, temeroso de lo que pueda venir porque la veda ha quedado oficialmente abierta. Dos casos de acoso, abuso o violencia machista han salpicado al PP esta semana y, con más o menos fundamento, han copado los titulares de medios a nivel nacional sin que la presunción de inocencia valga para nada ante el posible morbo o el previsible daño político ejercido sobre un adversario a sabiendas de que, con la veda abierta, todos pueden tener cadáveres en el armario y, de hecho, con tantos alcaldes y concejales repartidos por este mundo nacional y con algo tan rutinario y atractivo como el sexo y el poder, consentido o abusado en sus diferentes niveles, la alarma ante una avalancha de denunciadas es real.

Denuncias que prosperan y se hacen noticia nacional en minutos y lo hacen al margen de que su rigor sea mucho o poco, sin temor porque de no prosperar tampoco hay consecuencia. Habría que denunciarlo todo desde el inicio como único camino posible de acabar con la lacra del acoso machista, pero hacerlo protegiendo también la imagen pública y la presunción de inocencia para no condenar a posibles inocentes. Habrían de ponerse de acuerdo los partidos para en según qué asuntos, como éste, establecer acuerdos firmes y comunes, habrían de frenar la vida judicial para casi todo como arma arrojadiza y establecer unas normas de conducta dentro de la necesidad y legalidad que representa la confrontación parlamentaria, habría de inspeccionar de manera profusa el sendero de la responsabilidad y no del caos. De este caos que a nadie beneficia, menos a una ciudadanía que, perpleja, observa un show que por día ofrece capítulos más depravados. Lo dicho, todos tienen el mérito de dejar caer el nivel de la vida pública a lo más bajo de su historia. Habríamos de proteger a las víctimas y entenderlas hasta cuando no denuncian, que tan poco es tan fácil ponerse ante la opinión pública en una situación como esta y arriesgarse, y es el colmo, a ser vilipendiados por hordas fascistas u otro tipo de animal suelto.

De la semana trágica no se salva casi nada, todo bien podría ser arrastrado a la papelera y vaciado de manera permanente excepto, eso sí, los muertos, tus muertos, nuestros muertos. Acordarse de los muertos es sentirles vivos, su risa, sus cosas, su templado rostro cuando los abrazos y los besos se detenían sobre ti y el olor, ese olor tan suyo…

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