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Ana Sofía Pérez-Bustamante abre la Navidad con el pregón en Las Cortes

La profesora de Literatura de la Universidad de Cádiz y miembro de la Academia Hispanoamericana realizó un bello recorrido navideño desde los ojos de la niñez.

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El Real Teatro de Las Cortes acogió en la matinal de este domingo la celebración del XX Pregón de Navidad que organiza la Academia de San Romualdo y que este año ha corrido a cargo de la profesora de Literatura de la Universidad de Cádiz y miembro de la Academia Hispanoamericana, Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier, que ofreció una exquisita glosa realizando un recorrido navideño visto desde los ojos de la niñez. A continuación la reproducción íntegra del pregón:

“Las Navidades son unas fiestas largamente deseadas y bastantes irreales para quienes de alguna manera no hemos cortado el cordón umbilical de la niñez. Es una virtud que tienen los ritos tradicionales, más aun los de carácter religioso. La virtud de detener el tiempo histórico para establecer una sobrerealidad, una quinta dimensión ejemplar, los que los antropólogos llaman un centro. Pero lo que pasado el tiempo, pasada la infancia al cabo de la vida, nos mantiene fieles al rito creo yo que en gran medida es la memoria del amor, el amor que con motivo de la navidad, del nacimiento del niño Jesús, volcaron en nosotros nuestro padres, nuestros abuelos, los miembros de nuestra pequeña comunidad”.

 “Ese amor en compañía que hemos recibido como el mayor de los dones y que, a la vez, en el propio hechos de entregárnoslo, nos enseñaron a dar. La Navidad es un don. Adelaida Bordés ha tenido la amabilidad de enviarme los textos que para pregonar la Navidad en San Fernando prepararon poetas y escritores como Aurelio Verde, José Cervera Pery, Antonio Murciano, etc. He comprobado que no había pregón que no arrancase de la memoria infantil y que los que más que conmovieron eran los más fieles a este instinto. Así es como empieza Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, con una advertencia a los hombres que lean este libro para niños y con una afirmación; donde haya quiera que haya niños existe una edad de oro, una isla espiritual caída del cielo. Uno de los capitulillos de Platero y yo se titula los Reyes Magos y evoca la ilusión de la noche de los niños, el alboroto, la ceremonia de poner los zapatos en el balcón, lo difícil que es no ya solo acostarlos, si no que se queden dormidos, y como después los mayores se visten con colchas, sábanas y sombreros antiguos para pasar a las doce de la noche ante la ventana de los niños en cortejo de disfraces y de luces, tocando almireces, trompetas y el caracol que está en el último cuarto. Los niños despertados de pronto y con los ojos aún colgado en jirones de los ojos asombrados se asomarán a los cristales temblorosos y asustados. Después seguiremos en sus sueños toda la madrugada y mañana, cuando ya tarde los deslumbre el cielo azul por los postigos, subirán a medio vestir al balcón y serán dueños de todo el tesoro. El año pasado nos reímos mucho, ya verás como nos vamos a divertir esta noche Platero, camellito mío”.

 “Dije al principio que la Navidad es un don, olvide una palabra, es un don mágico. Para los mayores es un túnel milagroso que conduce a la infancia y para los que aún no son tan mayores pero ya no son tan pequeños. Estuve dando una charla en el IES La Loma de Villamartín y al final me dio por pedir a los asistentes que me ayudasen a escribir este pregón, que me pusiesen por escrito lo que la Navidad significa para ellos. Entre risas y nervios, porque entre los doce y los quince años uno anda dividido entre la timidez y las ganas de pajarraco, me entregaron sus escritos en ese papel escolar ecológico grisaceo, tan respetuoso con el medio ambiente y tan feillo. El resultado es un pequeño retrato de nuestra sociedad y, a la vez, un poema sencillo y curioso. Todos mencionan la familia, las cenas, los regalos. Con letra esmerada y recta rematada con un garabato muy pequeño, que parecen unas iniciales ocultas en un tornado de tinta, alguien que no sé si es chico o chica escribe; la Navidad es algo muy bonito, es un sentimiento, es una fiesta que se celebra una vez al año, donde sentimos el nacimiento del niño Jesús. El 24 me reúno con mi familia y hacemos una comida, alguna gente se reúne el 25 porque el niño Jesús nació entre el 24 y el 25. El 31 también hay fiesta pero con tus amigos, aunque no sé que tiene que ver con la Navidad. El 6 de enero dan los regalos y todos están muy ilusionados. Todos están dice y no todos estamos, es como si este niño o niña empezara a ver la Navidad un poco desde fuera. En sintonía con esa forma de reflexión que le hace preguntarse de repente qué tendrá que ver la Nochevieja con la Navidad, porque están creciendo y cruzando ese hilo delgado de la edad de recibir juguetes de la edad de recibir otras cosas. O como este otro chaval que describe la emocionante mañana de reyes viendo la cara de los peques de la familia y jugar con ellos con sus juguetes nuevos, son momentos muy alegres. Otro añade que también es bonito ver a los como a los mayores les brillan los ojos cuando les dan un regalo inesperado o simplemente ver la sonrisa de los más pequeños. Otra matiza que, aunque los mayores saben que los Reyes Magos no existen, esperan con ilusión esos regalos y que el tema de regalos no le importa mucho, sino porque lo que realmente le gusta de la Navidad es estar todos juntos”.

 “Es interesante observar que todos estos adolescentes hablan de los regalos, pero siempre en un contexto de familia y de ilusión. Digo esto porque en Navidad nos machacan de manera inmisericorde con dos cosas; la propaganda materialista y la propaganda antimaterialista. No me gusta que me traten como a un monedero descerebrado y ordeñable, pero tampoco me gustan esos discursos remilgados que demonizan cualquier tipo de gasto. Ahora con la crisis comprendemos mejor que nunca que lo que unos compran es lo que da de comer a otros. Si nos pusieramos a ser puramente espirituales, aquí sobrábamos el 80 por ciento de las unidades de persona. Por lo demás aprender la justa medida que separa la virtud del vicio es algo tan fácil y tan difícil como la vida misma, pero todos sabemos como estos estudiantes de Secundaria que los regalos no sustituyen al amor, que su valor está en el contexto, que no se trata de un objeto, si no de un objeto que forma parte de un relato y de un pequeño teatrito que al principio disfrutas como espectador de la magia y luego disfrutas como tramoyista y, al final, te da lo mismo ser actor como espectador porque todo es lo mismo”.

 “Leo otro texto, tres renglones en estilo masculino, factual, conciso. Me gusta la Navidad porque nace el niño Jesús y las pasó canutas con mi familia y que regalo cosas con las que disfruto, y etcétera. Soy profesora y sé que los estudiantes a menudo utilizan las palabras de una manera muy subjetiva en un estado de empanada mental, que poco o nada tiene que ver con el diccionario. Por eso realmente no sé si este Francisco Javier cuando dice que las paso canutas con mi familia ha querido decir que lo pasa muy mal, o todo lo contrario, es decir, que lo pasa tan bien que resulta incluso extravagante”. 

 “Otra letra que parece masculina, despeluchada y con los renglones orientados hacia abajo dice lo siguiente; para mi la Navidad me gusta porque tiramos los petardos que mi padre me compra por la ventana, porque mi tía se viste de Papa Noel y le regala polvorones a la niña. Nos reunimos todos en mi campo y hacemos la cena de Navidad. Es otra dimensión de la fiesta anda jaleo y jaleo, y comer”.

 “Leticia Aguilar Perea, que al final de su nombre dibujo un icono de sonrisa, termina firmando que en esta época las personas se vuelven mejores y más buenas, y dan valor a todo. Y uno piensa; realmente nos volvemos mejores y más buenos, es un tópico hablar de ello, lo mismo que es un tópico denunciar la hipocresía social. Seguramente que querríamos ser más buenos y que a lo mejor a fuerza de desearlo incluso los seamos por unos días y a ratos. Saben los psicólogos que se dedican a la terapia de la conducta que es muy necesario pensar en positivo, visualizarse siendo lo que uno querría ser; una persona digan de amar y ser amada, una persona buena. También es verdad que las fechas invitan a pensar en la situación de los otros, a compadecerse y a solidarizarse. Podríamos interpretar que es una solidaridad inducida, bueno sí, pero en este mundo o en esta vida todo lo que hacemos es lo que nos han acostumbrado a hacer y quizás la compasión, la generosidad sea la menos malas de todas las costumbres civilizadas”.

 “Y darle a todo su valor. Me manda mi hija por email una foto de un cuenco de cerámica de formas limpìas y redondas. En la superficie se observa una línea zigzageante, sobria y muy estética, como si la taza se hubiese rota y hubiese sido pegada con un barniz que en vez de ocultar la reparación exhibe una hermosa cicatriz de oro. Y me manda también lo que es eso; un ejemplo del arte japonés que se llama kinsukuroi y que considera que la huella visible del tiempo es lo que otorga a los objetos su más hacendrada significación, su valor, su belleza. Y es verdad, porque hasta aquí he venido diciendo que la Navidad es una fuente mágica que emana de la infancia, pero ahora me doy cuenta de que en cada momento esa fuente va llevando cada vez más y más agua, porque la idea de Navidad que cada uno tiene no es solo una almendra infantil, sino más bien una cebolla que tiene capas de todas las edades y momentos en que hemos sido felices”.

 “Hay un poema de Neruda que compensa bien estas impresiones. Empieza diciendo; yo no creo en la edad, todos los viejos llevan en los ojos un niño y los niños a veces nos observan como ancianos profundos. Luego explica el poeta que la vida no es algo que se mida, sino algo mucho más misterioso y pleno y el poema termina dirigiéndose al misterio del tiempo para sumergirse en su corazón y salir renovado, renacido….”.

 “Cierro los ojos, lanzo mi caña al pozo mágico de mi memoria de la Navidad. Todo está allí vivo a la vez y envuelto en música, como las ondas concéntricas de un útero sagrado (canta el villancico de Los peces en el río). Debo de tener cinco o seis años, paso entre los dedos una cinta de espumillón, es como tener en las manos la cola de un cometa de la mismísima estrella de Belén (ahora el villancico de Ya vienen los Reyes por el Orinal); canta mi hermano tan chico con sus ojos brillantes de corderillo acatarrado y todos nos meamos de risa en el regazo del aire “ha dicho el orinal, ha dicho el orinal”. Huele a pastas de mantequilla recién horneadas y dan mareos de hambre, porque las cosas no son para atracarse, son para ir tomando poco a poco porque tienen que durar. Pero en todos los villancicos de la Navidad es gente que come, que pide comida o que asalta la despensa belenita. Igual que hacíamos mis hermanos y yo (villancico de María, María…). Mi madre nos lleva en el seita a ver la ciudad iluminada para las fiestas, llueve a mares y lo que más recuerdo son chorretones de color bailando entre los parabrisas. (Din, don, din, don, din…) Tenemos un single de villancicos tradicionales cantados a capela por unas vocecitas gangosas que quizás fueran de monjitas o quizás no, pero mi marido que es de Cádiz siempre le han parecido los villancicos más malajes del mundo, porque en su casa, en cambio, tenían un disco de propaganda de Fundador donde la niña Marisol se despachaba cantando a la Navidad con su torrente de voz de Operación Triunfo sesentera (Ande, ande, ande, dale al mazapán…). Cuando yo era pequeña andábamos forrados de lana hasta las orejas y echábamos el aliento al aire para hacer aros de vapor, “mira, mira como fumo”. Fumábamos el frío y nos íbamos a la Plaza Mayor a comprar el árbol de Navidad y a escoge cada año una figura nueva para nuestro Belén de plástico. Yo no recuerdo entonces que hubiera caganés, no sé si estarían prohibidos los pastores catalanes, pero en cualquier caso jamás hubiese permitido nuestra madres que profanase nuestra casa un pastor enseñando el culo. Mi madre se ha criado con mucha formalidad en Copenhague, en medio de una familia urbanita, burguesa y luterana con villancicos nórdicos y el Mesías de Haendel, y nunca ha acabado de entender este gusto español popular y surrealista por las cosas subidas de tono y los ratones coloraos”.

 “Mis hijos si tuvieron caganer, pero ellos crecieron y ya no ponemos en casa el Belén de los niños, el Belén esquizofrénico que empezó siendo un secarral palestino, conoció épocas selváticas en que parecía un sucursal de Parque Jurásico y termino siendo como la adoración de los Pokemon. A mis nietos, si algún día los tengo, les buscaré un pastor con señas de identidad autonómicas, con sombrero cordobés y aire chirigotero, con su mojoncillo andaluz made in China. Por lo demás, los mejores belenes son los belenes vivientes, recuerdo aquellas funciones en el colegio ensayadas durantes meses y meses con las pacientes seños, que terminaban en un tapón de ovejas y pastores sobre el escenario, donde los árboles se rascaban furiosamente una pierna, el agelillo furioso del portal andaba revolcándose por el suelo como si tuviera lombrices y mi hijo fue Rey Mago y decía tres frases. Frase uno: “Pastores, pastores, sabéis por donde se va a Belén”; Frase dos: “Virgen del Amor Hermoso, que viaje tan horroroso”; Frase tres: “Yo soy Melchor y le traigo oro”. Luego está el Belén viviente del tamaño de un pueblo, como por ejemplo el de Zahara de la Sierra cuando se juntan bajo de su roca de piedra de verdad todos sus vecinos y sale el arcángel Gabriel, que es una niña talludita, bailando delante de la virgen una especie de pavana antigua, con muchas vueltas y más revueltas de giratoria cortesía. El emisario de Herodes va vestido de cabo zapador de camuflaje, los ángeles llevan jersey de cuello alto bajo la túnica y las manos en oración pegadas de una manera sobrenatural. Al Niño Jesús la da un ataque de agorafobia en plena adoración y se reparten pestiños”.

 “Hay en las fiestas navideñas una gran nostalgia de espíritu comunitario. Desde que se inventó la fiesta del cumpleaños del Niño Jesús en el siglo cuarto hasta hoy, hemos pasado de un mundo rural a mundo urbano, de comunidades donde toda la gente se conocía a bloques de pisos donde nos conocemos poco, de mundos donde las personas tenían tiempo y ganas para charlar de viva voz y preguntar a los forasteros y tú de quién eres a mundos donde hay que insistir, y no solo a los niños, para que dejen de wasapear en la mesa. Nostalgia de estar juntos. En las esquinas oscuras de la Plaza Mayor por fuera de los soportarles vendían y venden los gitanos naturaleza viva, acebo, corcho, musgo, muérdado, romero (canta La Virgen lava pañales…). El paisaje de Belén extramuros es desde luego como el paraíso general, los gitanos cantaban y cantan Si quieres que te lave Manuel el pantalón…, que tremendo los gitanos siempre floreciendo en sangre Dios, que miedo. Pero sí que es verdad que toda cara tiene su cruz y que el Niño Jesús es un niño destinado como todos a la pasión y a la muerte (canta Dime niño de quién erer…)”.

 “Con la Navidad yo creo que celebramos la ilusión necesaria de que todo empiece otra vez, desde la pequeña semilla, desde la desnudez, la ingenuidad y la desposesión absoluta. Celebramos el milagro expansivo de la nueva vida, el pacto con una ficción eternamente renovada. Cerramos los ojos y volvemos a ser criaturas inocentes envueltas en amor. Yo sí creo en la edad, pero me gusta olvidarlo Navidad y la olvido, me protege el amor, la cicatriz del tiempo. En agosto no tenía yo ni idea que iba a escribir el pregón de Harry Potter en La Isla de San Fernando. Tengan todos ustedes señores niños y señoras niñas una muy feliz Navidad, Aleluya, Amén, Al ojo mora”.

Zambombá

Tras el pregón, el fin de fiesta lo puso el espectáculo que supuso la Zambombá Original Jerezana Una navidad llena de Esperanza, que corrió a cargo de la Hermandad de la Yedra de Jerez que dirige Andrés Cañada.

 

 

 

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