Lo dijo la Junko. O la Yunko, una bailaora japonesa que está causando sensación en el mundo flamenco, como otros bailaores, guitarristas y hasta cantaores de la misma nacionalidad. “Soy una japonesa que baila flamenco”.
No es una perogrullada la frase. Es una declaración de humildad porque para bailar flamenco, en este caso, hace falta algo más que voluntad, trabajo, disciplina y sensibilidad. Ese “algo” no tiene nombre, pero no se aprende. Se lleva o no se lleva. Y ellos no lo llevan.
Lo que sí tienen es una auténtica religión en el flamenco, con salas llenas a precios con los aquí se pondrían las manos en la cabeza los mejores aficionados y con la ventaja de que saben y hacen todas esas cosas que les permite aprender y practicar. A falta de ese “algo”.
Ellos mismos son conscientes de eso -que ya de por sí es difícil en otras culturas donde el más tonto sienta cátedra- y lo demuestran bailaores que tienen dos espectáculos, uno del flamenco clásico que han aprendido y otro que refleja cómo sienten ellas el flamenco.
Lo cuenta Diego Gómez, cantaor gaditano afincado en San Fernando que lleva una docena de años en Japón donde pasa la mitad de cada año y vuelve a España a descansar la otra mitad. A descansar y a actuar cuando la propuesta le gusta. Cantaor desde la cuna, la mayoría de su carrera la desarrolla a través de giras por el extranjero. Ha colaborado con artistas como Antonio Canales, Carmen Ledesma, la Paquera de Jerez, Fernando Terremoto... En la actualidad es un reconocido cantaor en Japón, donde ha establecido su vida.
Y a Japón no puede ir ningún mediocre a venderle la burra a los aficionados de allí, cuenta Diego. Es más, allí lo principal es lo que les gusta a ellos, el artista que les llega que no tiene por qué ser el más encumbrado en España.
“Ha habido salas con dos personas como público delante de un gran cantaor”, cuenta, sencillamente porque no les ha llegado lo que han escuchado de él.
Y además es tremendamente difícil cantar en el Imperio del Sol Naciente hasta que el artista se acostumbra a cantar, bailar o tocar sin que se escuche un ole a tiempo ni a destiempo “porque los japoneses son muy tímidos y no quieren hacer nada mal”.
¿Entonces? Entonces llega el final y todo lo que no te dieron antes te lo dan con creces y ese calor sincero es el que hace que ya acostumbrado, se entregue el alma sobre el escenario. A cambio de otra alma que hay que ganarse.
”Una vez desde la oficina me dijeron que tenía que dar un curso de jaleo. Yo creía que era de jaleó extremeño, pero no, era de aprender a decir ole, arza, toma… a tiempo. ¿Pero eso cómo se va a aprender?”, cuenta Diego explicando hasta dónde son capaces de llegar por aprenderlo todo el cante y del baile.
En Japón -cuenta Diego Gómez, que canta el día 25 de este mes en el Zaporito a partir de las 22.00 horas- no hay más flamenco que en España pero hay más campo para el flamenco. Y lo bueno es que el turismo flamenco -se ve en Jerez o en Sevilla, los sitios más cercanos- es de calidad y pagan por llevarse la esencia. Igual que en Japón, donde un espectáculo flamenco no está al alcance de todo el mundo y las salas suelen llenarse.
Los aficionados nipones vienen a España a aprender y eso conlleva largas estancias y si además pretenden bailar, mucho más. De hecho, en Japón se organiza cada mes de agosto un concurso de baile flamenco sólo para bailaores y bailaoras japoneses que han aprendido en España o en el propio Japón, pero que de todas formas han conocido el ambiente real del flamenco. Lástima que La Isla Ciudad Flamenca no pueda aprovechar el tirón porque los japoneses estén ahora en su festival.
Pero eso es lo de menos. Lo importante es que un pueblo viejo y sabio como el japonés admira lo que para nosotros sólo es algo nuestro. Y ya se sabe lo que nosotros hacemos con “lo nuestro”.