María, como dice la canción, era feliz en su matrimonio, hasta que la bipolaridad se cruzó en su camino y convirtió a su marido, que se negaba a medicarse, en un tsunami que arrasó sus vidas y vislumbraba una autodestrucción para la que solo encuentra un muro administrativo, porque lograr ayuda es misión casi imposible.
"Hay que esperar a que pase algo gordo" es la respuesta generalizada que María ha recibido de la psiquiatra que trata a su marido, de la Policía que le han asignado tras un episodio grave de maltrato, de los abogados que ha consultado o de una juez conocida de la familia, que coinciden en que el sistema "está pensado para tapar el agujero, pero no para evitar que se produzca", dice la protagonista a EFE.
Después de llamar a decenas de puertas la única opción que el sistema ofrece a María es denunciar a su marido, que sería detenido y pasaría "un par de días en el calabozo", pero sin ser tratado, según le ha asegurado la Policía, y ella no quiere:"Yo quiero que lo traten y que pueda vivir con cierta normalidad. Además, ¿luego dónde nos metemos mi hijo y yo? Estoy segura de que vendrá a buscarme".
Es una historia que empezó hace doce años, pero que se ha recrudecido en los últimos meses. El marido sufrió una depresión de la que parecía haberse curado, pero se ha revelado como un transtorno bipolar, agravado por un aumento continuado del consumo de alcohol.
"Un día mi marido dijo que la medicación le estaba robando la vida y dejó de tomarse las pastillas" y empezó el infierno. A sus frecuentes cambios de humor se unió la bebida, por lo que llegaba a casa y a su trabajo -es profesor- cada vez en peores condiciones, que originaban un día sí y otro también altercados con la mujer y el hijo (que vivían con un miedo continuo), los vecinos, los amigos y en el trabajo, en el que finalmente le dieron la baja médica.
Ante su negativa a medicarse, María intentó convencerle de un ingreso voluntario, pero su respuesta fue violenta y derivó en un episodio de violencia doméstica. Él fue detenido y recibió una orden de alejamiento.
"Ahora ya nadie lo controla. Antes, en casa, sabía si comía o dormía, ahora ni siquiera sabemos dónde está y yo solo quiero que lo traten, que lo ingresen y lo mediquen, porque es la única forma para que recupere, si aún es posible, su vida", enfatiza María.
Él acude a la psiquiatra, pero le asegura que se medica y que no consume ninguna sustancia. "Ella se lo cree y lo cita para la semana siguiente para seguir controlando la baja laboral, pero nada más".
Desde la administración aseguran que la atención asistencial al paciente está siempre garantizada. Fuentes de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía han asegurado a Efe que, en el caso de que los pacientes necesiten atención, los hospitales andaluces cuentan con unidades de salud mental y psiquiatría.
Entre los años 2018 a 2021 se ha producido un aumento de camas en estas unidades, que han pasado de 734 a 742 y de 481 a 549 en hospitales de día, según las mismas fuentes.
La cobertura familiar, han precisado, se garantiza a través de las distintas subvenciones a asociaciones o federaciones de pacientes que cuentan con grupos de apoyo y formaciones enfocadas a familiares y/o cuidadores de pacientes de salud mental.
El problema es cuando el paciente no quiere colaborar: Uno de esos días en los que estaba desaparecido tuvo un accidente de tráfico y causó lesiones a una persona.
Conducía con una tasa de alcohol de 0,75 pero la Policía Local le permitió marcharse a casa tras decirle que lo llamarían del juzgado. "De eso hace diez días y aún nada, así que mi miedo es que pueda pasar algo peor".
En estos meses se ha gastado 60.000 euros que la familia tenía ahorrados tras vender el piso que María heredó tras la muerte de su madre y ha recibido denuncias de la comunidad de vecinos.
"El accidente, las denuncias, todo ha ocurrido estando casados en gananciales - aunque ella ya ha presentado la demanda de divorcio -, pero temo que al final sea yo la que tenga que pagar las consecuencias económicas de todo ésto", añade María.
Después de pedir desesperadamente "en todos lados" el ingreso involuntario de su marido, María, que lo quiere "curado pero no en la cárcel", ha decidido denunciar su quebrantamiento continuado de la orden de alejamiento porque él se va al bar que está frente a su casa y por la noche llama al porterillo.
"Quizá cuando lo detengan, un forense pueda determinar que la base de todo esto es su enfermedad mental, al menos esa es mi esperanza, y puedan obligarle a tomar la medicación que puede salvar su vida", es el deseo de María.