La discusión es antigua, clásica, heredada como tantas cosas de los griegos. ¿Quién gana el combate? ¿La astucia del viejo o la fuerza del joven? Radek Stepanek practica un tenis, basado en el saque y la volea, parecido al que se jugaba en la década de los ochenta del pasado siglo. Nicolás Almagro es todo potencia, puro tenis contemporáneo, velocidad de la fuerza capaz de colocar miles de bolas sin retorno. El checo tiene casi ocho años más que el español, además está menos descansado ya que ha jugado también el partido de dobles. En las casas de apuestas pronuncian el nombre Stepanek y se invierte el pulgar, apostar por el checo es suicida, tiene en contra el aplastante peso de la lógica. Sin embargo gana y proporciona a la República Checa su primer título de Copa Davis como país independiente.
Ha sido un partido de poco riesgo, quizá de táctica mediocre, no arriesgar y esperar a que el contrario cometas fallos. Confirmando que el deporte cada vez se parece más a la vida política, económica y social reciente. La última jugada es un reflejo fiel de lo que ha sido el partido. Un saque de Stepanek que espera el fallo de Almagro. Al final la euforia se desata, sus compañeros en una montaña humana casi aplastan al checo contra el suelo, luego saltos del héroe sobre la red a uno y otro lado, expresiones de que la confianza en el triunfo nunca fue grande. Al final no sólo gana Stepanek, gana un país entero la República Checa, y no sólo pierde Almagro, pierde un país entero, España.
¿Qué explicación puede tener que la astucia gane a la fuerza? Muchas y ninguna. Ese es el secreto del deporte. Si acaso podemos aventurar algunas causas. El Público con mayúsculas, catorce mil espectadores en vivo que pueden imponer más que millones de telespectadores en todo el mundo. Sobre todo en un país que necesita con urgencia una alegría. La presión, el peso de la responsabilidad, la táctica errónea, no saber imponer el ritmo del partido, la ansiedad por resolver cuanto antes.El miedo al éxito, esa paradoja que nos hace titubear ante el objetivo largamente deseado. “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí”, cantaba el Serrat de nuestra adolescencia. El cuerpo humano entrenado, afortunadamente, todavía no es infalible. Aprovechemos está época del deporte que aún nos proporciona sorpresas. Aunque nos duelan. Ya habrá tiempo para los robots programados. Que llegarán, seguro. Mientras tanto prefiero pensar que la astucia, esa forma sutil de la inteligencia, es la madre de la fuerza.