Hace veinte años, un fatídico sábado once de febrero de 1995, nos dejó en Sevilla, como él quería y rodeado de sus seres queridos, el pintor, grabador y poeta Amalio García del Moral y Garrido, nacido en Granada el día 11 de Noviembre de 1922, año de la publicación del Ulises de James Joyce y de la novela alegórica Siddhartha. El pintor nacido en la ciudad del reino nazarí desembocó, según Manuel Barrios, como las aguas del río Genil, en la ciudad de Sevilla y se instaló en el año 1964 en la Plaza de Doña Elvira nº 3, lugardonde estableció su lugar de residencia y estudio en el ático de este edificio.
La elección de establecer su residencia en el Barrio de Santa Cruz, Judería,cerca de las calles Vida, Gloria y Muerte, actual Susona, no fue algo casual, sino premeditado, puesto que un día de primavera y tras llegar de Granada se topó con una majestuosa visión de la torre desde la Calle Placentines, donde esta bella dama, que pudo ser Ecijana, deja casi oculta la catedral.Tal fue la relación, que en 1973 decidió adquirir el inmueble situado en la plaza donde vivió tras llegar a Sevilla. Esta vez el siete fue el número que eligió para crear su estudio y donde se sitúa la Fundación que lleva su nombre. En cuanto a la compra de esta casa, Rafael Montesinos se atrevió a afirmar allá por el año 1984 y en la presentación de la muestra “Amalio. Monografía de la Giralda”, en la sede de Caja Granada en Madrid, “que al igual que nuestros abuelos le ponían un piso a su amante, Amalio lo hizo con la Giralda”, y así queda reflejado en una inscripción cerámica realizada por Alfonso Orce, nieto de Enrique Orce, en la que se representa el gesto nº 158, titulado “Estructura” y en la que el viandante puede leer “Amalio le ha puesto esta casa a la Giralda para hacerla suya”. Ésta está reproducida en tres idiomas (cristiano, árabe y hebreo), cuyo fin no sólo está basado en el amor que éste profesaba hacia la Giralda, sino también en la importancia de la tolerancia que debe existir entre el resto de seres humanos sin importar edad, sexo o ideología.
Por otro lado, la insigne reproducción cerámica no sólo guarda un carácter simbólico sin parangón, sino también su estudio, en el que Amalio, al igual que el musulmán, dirigía su oración a través de su plástica desde cualquier rincón de esta casa-estudio hacia su Quibla particular, la Giralda, obra majestuosa donde las haya y perteneciente al alarife Ahmand Ben Baso.
En este lugar, el pintor creó nada más y nada menos que trescientos sesenta y cinco gestos, uno por cada día del año, en el que la Giralda gira en torno a su obra. La colección está compuesta desde las Giraldas exentas, incluida en ella la serie titulada los finales imaginarios de la Giralda, hasta “Giraldafinibus”. Amalio es conocido popularmente como el pintor de la Giralda, pero desde la Fundación que lleva su nombre abogamos no sólo por que se le conozca así, sino por otras muchas obras en las que emplea la Giralda como excusa para plasmar una realidad social como la que él vivió y que queda presente en una de sus muchas series, sobre todo aquella dedicada a Esperanza Suárez Montoya, cansada de proseguir el sendero que es la vida tras el fatal asesinato de su marido e hijo.
Sus arrugas, marcadas por el cansancio y la fatiga del duro trabajo. marcan los estragos en su devenir diario. Otro ejemplo son aquellos retratos que presentan una gran carga simbólica, como el dedicado a Juan Manuel Vilches Vitienes, poeta perteneciente al colectivo Gallo de Vidrio, cuyo rostro joven nos permite entrever su terrible enfermedad y hasta incluso su propia personalidad. En palabras de Manuel Caballero: “Amalio, en sus retratos captaba no sólo la personalidad, sino también su estado de ánimo, algo muy difícil”.
El carácter simbólico queda muy presente en “Mi Muerte nace conmigo”, obra lorquiana donde las haya, puesto que recuerda aquel poema titulado “La cogida y la muerte”. No sólo esta obra guarda relación con el poema del granadino, sino también “La novia”, en el que no sólo el “tempusfugit” queda presente, sino también la libertad coartada tras el enlace matrimonial.
Hablando de libertad, la obra titulada “El Pan encadenado”, adquirida por el Museo Nacional de Arte Reina Sofía en el mes de marzo de 1974, es un cuadro cargado de simbolismo. En esta obra, Amalio representa a los más débiles, el pueblo, y en el centro de la composición Esperanza, que coloca su mano sobre su boca, marcando la falta de libertad y el hambre sufrido por aquella Andalucía deprimida. En la parte superior aparece representado el pan encadenado, disfrutado por sólo unos pocos.
Un alumno suyo, y artista tras visitar la Fundación, nos trasmitió lo siguiente: “En la obra de Amalio se esconden muchos Amalios”. Y es cierto, puesto que este artista total no se encasilló en un solo estilo, ya que paralelamente a otras manifestaciones artísticas desarrolló vanguardias como el expresionismo matérico, en el que con sus tacto-pinturas y esculto-pinturas creemos que desarrolla no sólo una relación con la pintura, su amante infinita, sino también con Marina Mora Ferrer, puesto que ésta colabora con él en alguna de sus piezas, como la Giralda Bebestible. O el Tarolarmonicismo, en el que en su obra es capaz de establecer un vínculo entre literatura y arte, aunque él siempre lo hizo, y así queda presente en la publicación Reolina, poemas y morfismas.
Se fue Amalio, pero quedó su poesía, su pintura, su humanidad, su Andalucía, su arte y su hija María José, presidenta de la Fundación, poeta del color cuyos cuadros son la primera interpretación plástica del Armonicismo. Por ello, en cada rincón de su casa- estudio se respira una atmósfera cargada por Amalio García del Moral y Garrido, “trovador de la Giralda”, que aunque en 1995 se cubrió de un velo de seda para ir a velarlo como su novia milenaria, hoy y tras veinte años sigue asomándose por la Fundación que constituyó ocho días antes de morir y en la que conmemoraremos su figura mediante la exposición que se inaugurará el día 11 de febrero a las 20.30 horas.