Los zapateros de los corrales estaban vinculados al anarquismo y fueron protagonistas claves de la cultura y convivencia vecinal. Los zapateros, sabían leer y escribir, no jugaban ni fumaban, eran abstemios y honrados a carta cabal y ejemplos de padres de familia. Leían en voz alta los periódicos y los comentaban, suscitándose a veces polémicos debates. Los zapateros eran personas muy respetadas por sus convecinos. Ellos enseñaban a leer y escribir a los niños del corral que no podían ir a la escuela, y a sus padres por las noches, después de las agotadoras jornadas de trabajo; también defendían a los niños y a sus madres de las iras de los padres y maridos borrachos.
Los zapateros, generalmente vinculados al anarquismo humanista anterior a la fundación de la CNT [1910], sabían leer y escribir, no jugaban ni fumaban, eran abstemios y honrados a carta cabal y ejemplos de padres de familia. Los zapateros remendones instalaban su banquilla en los zaguanes de los corrales de vecinos o en un rincón del patio cerca de la entrada; en plena calle, en los recodos de las esquinas para resguardarse del frío, o en pequeñas accesorias de dos habitaciones, sin más luz natural que la que podía entrar por la puerta de entrada.
Estos artesanos constituían la base cultural y social de los corrales de vecinos e incluso de la calle, en un tiempo de altísimas tasas de analfabetismo. Ellos leían a sus convecinos las cartas recibidas y escribían las remitidas, participando de las intimidades familiares y de los novios. Leían en voz alta los periódicos y los comentaban, suscitándose a veces polémicos debates. La fórmula era muy sencilla: entre todos los asistentes a la reunión se pagaban uno o varios diarios, que eran leídos en voz alta por el zapatero al grupo de personas iletradas que se agolpaba junto a la banquilla, con los que establecía un coloquio sobre las noticias más destacadas.
Los zapateros eran personas muy respetadas por sus convecinos. Ellos enseñaban a leer y escribir a los niños del corral que no podían ir a la escuela, y a sus padres por las noches, después de las agotadoras jornadas de trabajo; también defendían a los niños y a sus madres de las iras de los padres y maridos borrachos; ponían paz en las trifulcas femeninas, organizaban la recogida de limosnas para los entierros, mediaban entre los vecinos morosos y las caseras exigentes, pedían alimentos para los vecinos sin dinero para comer... Por todo ello, la autoridad moral de los zapateros era indiscutible.
A veces se reunían varios zapateros de la calle o del barrio, para ir a rescatar de las tabernas a algunos maridos que estaban gastándose la paga en vino, mientras la mujer y los hijos lloraban en el corral. Bastaba la sola presencia de la curiosa patrulla en la puerta de la taberna, para que el individuo se levantara de la mesa o se apartara del mostrador y enfilara el camino a su casa... sin rechistar.
La implantación de la CNT modificó los comportamientos de los zapateros, sobre todo durante el "Trienio bolchevique" [1917-1920]. Desde entonces y sin alterar los cometidos antes descritos, que siempre practicaron a rajatabla, añadieron actividades sindicalistas como la organización de grupos de acción en las huelgas o de información y correos. En los barrios del "Moscú sevillano", en San Bernardo y en Triana, los zapateros fueron las células primarias que vertebraron las actuaciones obreras durante la Dictadura de Miguel Primo de Rivera y la II República.
Con la mejora del nivel de vida, los zapateros remendones fueron perdiendo clientela, al mismo tiempo que cedieron algunas de sus funciones a las nuevas técnicas de arreglos del calzado. También los corrales, hábitat básico de los zapateros, fueron dejando sitio a los pisos sociales. Ya sólo queda de estos artesanos el recuerdo entrañable de sus comportamientos humanitarios y serviciales.
La primera estampa que acompañamos corresponde al corral del Agua que estaba en la calle Céspedes, número 13, propiedad de Francisco Abascal. Y el zapatero se llamaba José Saceda, maestro de la Casa Chico Gangas, que estaba en la calle Sierpes, frente al actual Círculo de Labradores. El niño que aparece sentado junto a la banquilla, era José María de la Vega Rodríguez, que fue oficial zapatero con solo 16 años, padre de Francisco de la Vega Cabañas, oficial jubilado de la Policía Local.