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¿Miedo a la muerte?

El silencio, los gestos de ternura y de consuelo, una mirada sonriente, puede hacer más que muchas medicinas.

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El cáncer da pánico. Es una de las principales causas de mortalidad en todo el mundo. La OMS calcula que, de no mediar intervención alguna, 84 millones de personas morirán de cáncer entre 2005 y 2015. Cada 4 de febrero, la citada Organización Mundial de la Salud, apoya a la Unión Internacional contra el Cáncer y promueve medios para aliviar la carga mundial de la enfermedad. La prevención del cáncer y el aumento de la calidad de vida de los enfermos son temas recurrentes. A mí se me ocurre este articulo, pensando en unas reflexivas palabras del poeta y prosista español, Antonio Machado, que dijo sobre la muerte que "es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos". Quizás, ciertamente, haya que temerle más a la vida, que al fin de la vida. Al fin y al cabo, pienso, que es el menor de todos los males y, sin embargo, es un misterio el tránsito, del que se habla menos. Tal vez, la muerte, no sea más que un sueño y un descanso, un estado posterior a una vida vivida cansada de vivir, un paso a la nada y una parada en la eternidad.

A pesar del espanto que injerta el cáncer en la atmosfera de la vida, siempre hay algo que lo ahuyenta, y es el amor. De lo único que hemos de tener miedo es del propio miedo que nos incrustemos unos a otros. Los profesionales de la medicina, cuando lo son en verdad vocacionales de la salud, preparan al enfermo incurable para la muerte. Es preciso que el médico tenga en cuenta la situación emotiva y las diversas fases psicológicas por las que atraviesa el afectado. Se debe evitar la mentira y dar siempre garantía de esperanza y asistencia, sin obviar que nuestra naturaleza está en movimiento permanente. En cualquier caso, como dijo el dramaturgo y poeta español, Pedro Calderón de la Barca, "la muerte siempre es temprana y no perdona a ninguno". Por tanto, la calidad humana de una sociedad se determina esencialmente en su relación con el que sufre. Sin duda, en la lucha contra la enfermedad se necesita el empeño de todos.


Desde el momento de la concepción hasta el del ocaso de la vida hay que cuidar la existencia de todos. Desde luego, hace falta impulsar una asistencia sanitaria que abarque a toda la persona en su integridad como un servicio de amor. Por ejemplo, en todos los hospitales o centros sanitarios debería haber un capilla, para que los enfermos o sus familiares y amigos, puedan recluirse en su religiosidad. Una sociedad que no consigue aceptar y dar compañía a los que sufren, ha perdido su sentido de humanidad. Por otra parte, existen estudios que reafirman hechos concretos, como puede ser la búsqueda de Dios en pacientes que llegan a curarse. Desde luego, la religión puede ser un factor importante para ayudar a recuperar la salud. Sería tremendo que la muerte tuviese la última palabra. Está visto que de la muerte y del sufrimiento, la vida puede resurgir, y, en todo caso, es un acto de justicia, puesto que podemos ser diferentes en la vida, pero somos semejantes en la muerte. Después de todo, la muerte es sólo un soplo de que hubo aire en un corazón.

Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior, y observas que todo se inmortaliza en el recuerdo, como si fuese el perfume del alma. El recuerdo que deja un ser humano es más importante que la vida misma. A medida que abraces tu sufrimiento, abrazarás el dolor del mundo, y encontrarás en medio de la amargura la paz interior e incluso la alegría espiritual, que tanto buscamos. Yo mismo lo he experimentado en los pasados meses a causa de una parada cardiaca, y en la que ha sido muy importante mi creencia, pero también la relación entre el personal sanitario y servidor como paciente. A mi juicio, ahí radica parte del éxito, en una auténtica alianza terapéutica con el enfermo, que no sólo quiere ser tratado con benevolencia, sino también escuchado. Pienso que es vital humanizar la medicina y que pueda percibir el enfermo que está presente en el corazón del médico que lo cura.

En presencia de sufrimientos atroces nos quedamos sin palabras. El silencio, los gestos de ternura y de consuelo, una mirada sonriente, puede hacer más que muchas medicinas. Es verdad que cada vez son mayores los medios con los que se cuentan y más las personas que consiguen vencer el cáncer. Alrededor del 30% de los cánceres se pueden prevenir con un modo de vida sano o mediante inmunización contra las infecciones que los causan (VHB, PVH). Otros pueden ser detectados tempranamente, tratados y curados. Incluso cuando el cáncer se encuentra en fase terminal, es posible aliviar el sufrimiento del paciente con unos buenos cuidados paliativos.

Por eso, con motivo de este día internacional contra el cáncer, deseo animar a los docentes para que reflexionen sobre este tema con sus alumnos y, también a las familias, que hagan lo propio con los suyos. Asimismo, deseo expresar mi estima y mi profundo aprecio por el personal sanitario que lucha por aliviar el dolor físico. Sin duda, hace falta más valor para sufrir que para morir. La unidad y la unión de todos por ofrecer esperanza de vida frente al terrible cáncer, merece el mayor reconocimiento. Nos consta que el número de pacientes con cáncer está aumentando dramáticamente, mientras que los recursos y equipos para diagnosticar y tratar la enfermedad son muy limitados o inexistentes en muchos países. La receta del estadista y científico estadounidense, Benjamín Franklin, nos viene a pedir de boca: "No cambies la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder". Si practicamos esta espiritual fórmula; no habrá cáncer que se nos resista, ni poder que nos esclavice.

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