Así estabulados dentro de las oficinas y empresas de todo tipo. Mirando las más de la veces una pantalla en la que aparecen letras y números. En unas dependencias para atención al “público”, unas personas, pocas, sentadas, bastantes más de pie, en una interminable espera, desean ser atendidas por alguien cualificado que resuelva el asunto que les trae allí. La persona “cualificada” está sentada, detrás de una mesa, mostrador o tras un cristal (ventanilla), y no tiene respiro entre consulta y consulta o gestión. Y así, una hora tras otra, un día tras otro, semana tras semanas, meses o años. Y el jefe de recursos humanos se extraña del número de jornadas perdidas por enfermedad. Pero ha tenido una buena idea, les dará a sus empleadas y empleados un caramelo para que aguanten el stress.
¿Dónde se encuentra la causa de tanta espera paciente, de tanta tensión en atenderlas? Una palabra, sólo una palabra, puede dar con la clave de tanta irracional e inhumana situación: La codicia.
Codicioso el que acapara dineros a fuerza de no contratar a más personas para atender al público, a la ciudadanía. Acumulación de riqueza a fuerza de “robar” horas de la vida de quienes esperan y deben ser atendidas y atendidos, sosiego arrebatado a quienes quieren y no pueden dar respuestas a tantas consultas. Y sin rubores, sin aspavientos, vocean, empachados de codicia, los buenos resultados de esas empresas que escatiman trabajo y secuestran vidas ajenas, en aras a obtener mayores beneficios.
Ejemplos, a cientos, jalonan la cotidiana vida de quienes deben dirigirse a una entidad privada o pública, que en esto que más da, para resolver un problema que les afecta. Un banco, una oficina, dos trabajadores del banco para atender a 30 personas y no paran de ir llegando y algunos yéndose al ver el panorama. Ni una silla vacía, la mayoría de pie, esperan que cada cual por turno se le llame, cuando suena la voz de quien trabaja en la “caja” “quienes deseen sacar dinero quedan informados que el sistema se cierra en 20 minutos y tendrán que sacar dinero en el cajero automático”. Y hay quien se pregunta: ¿El rey Felipe V, o el potentado de turno, habrán estado alguna vez esperando en una oficina? Y el Banco no para de decir que gana dineros ¿Por qué no trata con respeto a sus clientes y deja de estabularlos? ¿Por qué no contrata más personal para que sean las personas tratadas dignamente?
Más grave aún quienes, en listas de esperas de moribundos, están pendientes de una intervención médica que no llega. Descartes de atenciones sanitarias a personas enfermas, mayores o desahuciadas, porque falta personas, o camas, o quirófanos… Y así estabuladas las personas se conforman con este sino, esperando que la suerte, o la diosa fortuna, o la plegaría, al santo o la virgen de turno, surta efecto y se cure, se resuelva el asunto maldito que no les deja dormir, se disuelva la hipoteca, dejen de perseguirle las multas, los embargos…
Pero al fin y al cabo estabuladas, cual ganado seleccionado para su explotación más intensiva posible, aguardan la muerte que, ¡oh consuelo!, a todos nivela, incluso a los que nunca guardaron cola, o esperaron turno.
Fdo Rafael Fenoy
Así estabulados dentro de las oficinas y empresas de todo tipo. Mirando las más de la veces una pantalla en la que aparecen letras y números. En unas dependencias para atención al “público”, unas personas, pocas, sentadas, bastantes más de pie, en una interminable espera, desean ser atendidas por alguien cualificado que resuelva el asunto que les trae allí. La persona “cualificada” está sentada, detrás de una mesa, mostrador o tras un cristal (ventanilla), y no tiene respiro entre consulta y consulta o gestión. Y así, una hora tras otra, un día tras otro, semana tras semanas, meses o años. Y el jefe de recursos humanos se extraña del número de jornadas perdidas por enfermedad. Pero ha tenido una buena idea, les dará a sus empleadas y empleados un caramelo para que aguanten el stress.
¿Dónde se encuentra la causa de tanta espera paciente, de tanta tensión en atenderlas? Una palabra, sólo una palabra, puede dar con la clave de tanta irracional e inhumana situación: La codicia.
Codicioso el que acapara dineros a fuerza de no contratar a más personas para atender al público, a la ciudadanía. Acumulación de riqueza a fuerza de “robar” horas de la vida de quienes esperan y deben ser atendidas y atendidos, sosiego arrebatado a quienes quieren y no pueden dar respuestas a tantas consultas. Y sin rubores, sin aspavientos, vocean, empachados de codicia, los buenos resultados de esas empresas que escatiman trabajo y secuestran vidas ajenas, en aras a obtener mayores beneficios.
Ejemplos, a cientos, jalonan la cotidiana vida de quienes deben dirigirse a una entidad privada o pública, que en esto que más da, para resolver un problema que les afecta. Un banco, una oficina, dos trabajadores del banco para atender a 30 personas y no paran de ir llegando y algunos yéndose al ver el panorama. Ni una silla vacía, la mayoría de pie, esperan que cada cual por turno se le llame, cuando suena la voz de quien trabaja en la “caja” “quienes deseen sacar dinero quedan informados que el sistema se cierra en 20 minutos y tendrán que sacar dinero en el cajero automático”. Y hay quien se pregunta: ¿El rey Felipe V, o el potentado de turno, habrán estado alguna vez esperando en una oficina? Y el Banco no para de decir que gana dineros ¿Por qué no trata con respeto a sus clientes y deja de estabularlos? ¿Por qué no contrata más personal para que sean las personas tratadas dignamente?
Más grave aún quienes, en listas de esperas de moribundos, están pendientes de una intervención médica que no llega. Descartes de atenciones sanitarias a personas enfermas, mayores o desahuciadas, porque falta personas, o camas, o quirófanos… Y así estabuladas las personas se conforman con este sino, esperando que la suerte, o la diosa fortuna, o la plegaría, al santo o la virgen de turno, surta efecto y se cure, se resuelva el asunto maldito que no les deja dormir, se disuelva la hipoteca, dejen de perseguirle las multas, los embargos…
Pero al fin y al cabo estabuladas, cual ganado seleccionado para su explotación más intensiva posible, aguardan la muerte que, ¡oh consuelo!, a todos nivela, incluso a los que nunca guardaron cola, o esperaron turno.
Fdo Rafael Fenoy