Se califica de Apátridas a aquellas personas que no son reconocidas por ningún país como ciudadanos propios, consecuentemente se encuentran encarceladas en el territorio a donde las circunstancias les han llevado, ya que al carecer de pasaporte se le impide legalmente abandonar el país. Tampoco tienen derechos de ningún tipo, ni laborales, ni sociales. Y lo peor de todo es que nada pueden hacer para evitar estar condenadas a la nada civil que supone el estatuto de apátrida. Nada depende de ellas, más que entrar en el bucle de pedir y no recibir reconocimiento por parte de las autoridades civiles del Estado en el que están viviendo.
¿Se lo imagina? Cualquier ciudadano de cualquier país podría verse en esa tesitura y, si estas personas apátridas son seres humanos, ¿Por qué no se les aplica las resoluciones de naciones unidas? Contra esta profunda injusticia que atenta contra los más elementales derechos humanos, el Consejo de Derechos Humanos viene abordando desde 2008 hasta 2016, la cuestión del derecho a la nacionalidad y la prevención de la apátrida en varias resoluciones. Porque no son pocas las personas afectadas por esta lacra. Naciones Unidas estima en más de 10 millones de personas las que se encuentran en este limbo ciudadano. Ni siquiera pueden acogerse al estatus de “refugiadas”.
Naciones Unidas informa: “
Cada minuto, veinticuatro personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror”. Y en esa huida millones de ellas pierden su “patria”. Son Apátridas que “
se encuentran atrapadas en un limbo jurídico y no son consideradas como nacionales por ningún país afectando el disfrute de sus derechos básicos.”. Por ello Naciones Unidas insta a que se reconozca el derecho a la nacionalidad y se desarrollen acciones para la prevención de la apátrida.
Sin embargo los gobiernos son muy reticentes a reconocer como nacionales a las personas apátridas. ¿Por qué? Evidentemente los sistemas de acogida de personas refugiadas e inmigrantes no están regulados a escala mundial. Incluso la Unión Europea, quizás la única agrupación de países más sensible con el problema, no lo tiene resuelto. Ya que la clave de la solución pasa por actuar en los orígenes de los movimientos migratorios. Las guerras, las sequias, la violencia institucional, en vastas áreas del planeta, empujan inexorablemente al éxodo a millones de personas. Sólo incidiendo sobre estas nocivas causas se podrá actuar sobre sus trágicas consecuencias. ¡Pero quien le pone el cascabel al gato! Multimillonarios intereses provocan esas situaciones en esos territorios y los Estados del llamado “mundo libre” no están por la tarea de ponerles obstáculos a las formidables fortunas amasadas con la sangre, el dolor y la angustia. Porque tienen nombres y apellidos quienes causan tanto horror, y a ninguno de ellos se les acusa de crímenes contra la humanidad. Gobiernos hipócritas que, ya que no se atreven con los “grandes desalmados”, bien podrían atender a sus víctimas. Comenzar dando papeles (reconociéndolos como seres humanos) sería un buen comienzo.
Fdo Rafael Fenoy