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España

La agenda y el calendario

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La vida moderna nos ha obligado a utilizar dos recursos para no perdernos en la barahunda de cosas que nos asaltan durante el año: la agenda y el calendario. Las empresas que nos abastecen, los amigos o nuestra propia familia, se afanan por regalarnos una agenda práctica para anotar las cosas que necesitamos hacer o queremos hacer cada día; los teléfonos a los que debemos llamar con frecuencia y los correos electrónicos que necesitamos tener a mano. Perder la agenda es como perder la cabeza, o la chaveta, que diría un zapatero.

El calendario, con 365 hojas y sus correspondientes mensajes, santoral y festividades, es el otro recurso imprescindible para nuestra vida. Los bares, las tiendas, las librerías, las hermandades y las revistas del corazón nos invaden con calendarios y con iconos de santas y santos de todos los colores. Como consecuencia, el calendario ya ha entrado en nuestra cultura y no sabemos andar sin él. No tener el calendario a la vista es como haber perdido el norte de los días, de las semanas, de los meses...

Aunque nos parezcan los dos recursos iguales, no lo son. La agenda va creciendo a medida que avanzan los días y sus hojas alcanzan más volumen. Pero, sobre todo, si le echamos un vistazo a final de año, nos daremos cuenta de la cantidad de actividades, pasividades, encuentros, desencuentros, compromisos, indiferencias, disgustos, satisfacciones, tristezas, alegrías... que hemos ido engrosando durante los 365 días del año. Viene a ser como el libro del Haber de las contabilidades.

El calendario es lo contrario, comienza a menguar el primer día del año y acaba en cero el 31 de diciembre con la última hoja. Cada día que pasa, es una cuenta atrás, es un día menos, es una oportunidad perdida. Y el calendario va menguando. Y se nos acumulan los gastos, las facturas, las hipotecas, los derroches, los egoísmos, el aburrimiento, las infidelidades... Viene a ser como el "Debe" de las contabilidades.

En nuestra cultura occidental celebramos el año nuevo tragándonos doce uvas al ritmo de doce campanadas, champán y el estallido de la gran fiesta. Nos zampamos sin darnos cuenta un nuevo año sin saborearlo ni digerirlo. Perdemos la cuenta de los meses, de las semanas, de los días... Sería mejor celebrar cada mañana, al levantarnos, el esplendor de un nuevo amanecer; y el lunes, el estreno de una nueva semana; y el día uno del mes, el inicio de una importante jornada. Por eso, creo que comenzaríamos mejor, si iniciáramos el año sin ese stress, sin esas prisas, sin el atolondramiento del activismo. No podemos terminar bien el año si lo comenzamos así.

Las agendas no las tiramos, les echamos antes un vistazo de afecto, como si fueran un retazo de nuestra vida. Las hojas del calendario las tiramos cada día, cada semana o cada mes. Deberíamos ordenar nuestra vida como si fuera una formidable agenda llena de ternura, de paciencia, de sencillez, de alegría, de esperanza...

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