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"Quería un museo del traje corto abierto para todo Jerez"

Toda una vida dedicada al traje corto. Cuarenta años sirviendo a la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre. Antolín Díaz Salazar, artesano y artista del traje corto, tiene un museo privado en Bizcocheros número 8 que Jerez debe asumir.

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  • Antolín Dïaz -

— Tengo entendido que la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre le ha hecho una especie de homenaje hace bien poco.
— Es que, a la par de los cuarenta años de existencia que lleva la Escuela, yo llevo otros tantos años, cuarenta, como sastre de la misma. He hecho todos los uniformes, todos los diseños y ahora me dieron la oportunidad de cederme el picadero, que no a todo el mundo se lo ceden, para que hiciese un pase de modelos con cien trajes cortos, algunos de ellos de la Escuela. Yo he quedado muy satisfecho y creo que el público también.
— Un reconocimiento lógico, cuanto menos.


— Uno no puede autogestionarse sus cosas, si lo han hecho bien hecho está y será lo que uno se merece. 
Son los pueblos los que tienen que reconocer los merecimientos de sus ciudadanos, pero parece claro que con Antolín Díaz Salazar, 79 años le contemplan, Jerez tiene una deuda. Con su trabajo artesano por encima de todas las cosas. Un trabajo que, de alguna manera, se recoge en un museo privado que se ubica en el número 8 de la calle Bizcocheros y es que una auténtica maravilla...
— Mi obra está aquí y en un montón de sitios. He estado trabajando en Italia, Alemania, América del Sur..., lo que pasa es que un sastre es un sastre siempre, más o menos internacional pero un sastre y no se puede pretender nada más.
—Pero este museo que usted tiene en esta casa de Bizcocheros no debe quedar oculto, esto es algo para que lo viese todo Jerez, para que estuviese abierto de par en par.
— Con esa idea lo inicié hace veinticinco años, pero claro cuando hemos ido para que nos cediesen un local, para que estuviesen estas prendas en un sitio más amplio o que se abriese aquí siempre nos decían que esto no reune condiciones, que si hay que poner un servicio de inválidos y demás y yo decía que no quería que viniesen la gente a orinar sino a ver los trajes.
— Porque eso ha sido lo único que usted ha pedido, que se puede aperturar el museo.
— No he pedido nunca nada. Ni subvenciones ni nada. Lo único que he pretendido es que se pudiese abrir este museo aquí, ya que entiendo que el sitio es muy bueno. Esto debería ser una casa museo o la casa de un artesano, como yo soy, pero pasan los años y, la verdad, ya no tengo tantas ilusiones. La ilusión de que estos trajes encontrasen acomodo en otros sitios ya la estoy frenando.
— Pero si bien es cierto que anteriores Gobiernos no se interesaron mucho por el tema, tengo entendido que el actual Gobierno municipal al menos ha mostrado una predisposición inicial.  
— El señor Saldaña, el primer teniente de alcalde, ha estado aquí, ha estado viendo lo que aquí tenemos y me comentó que era una pena que estos trajes no estuviesen expuestos en mejor sitio, pero hasta la fecha no he recibido respuesta alguna. Sé que quieren montar algo en el antiguo Depósito de Sementales, pero directamente no me han comentado nada.
— Comente lo que tiene en el museo.
— Ciento treinta y seis trajes nuevos, sin estrenar. De todo tipo. Desde los de la Real Escuela, pasando por los que hicimos cuando la infanta Elena se casó en Sevilla, ya que a los cocheros los vestí yo, o cuando el Rey vino a Jerez para convertir en Real la Escuela. Hay trajes solo para cocheros, el oficial de lujo, el de diario y el primer traje que se hizo para la Escuela , que es una joya, ya que es terciopelo, una preciosidad. 
— Esa Escuela que inició Álvaro Domecq.
—  Efectivamente. Tengo también trajes al enganche, a la húngara, trajes bordados de Alta Escuela. Una gran diversidad, creo que hay una representación de cada traje.  
—  ¿Y cómo se inició usted en esto?.     
— Mi familia eran gente de sastrería, eran sastres. Yo he estado metido en esto desde que tenía 15 años. Tenía que estudiar de noche, no como mis hijos ahora, y trabajar de día. Era otra época. Estamos hablando del año 40 ó 45. Lo que pasa es que a mí siempre me ha gustado más esto, el traje corto, que los trajes normales. Yo veía que los trajes normales los hacía todo el mundo y la confección se iba a comer la sastrería. Esto es muy difícil que se lo coma la confección y hablo de lo que es artesanalmente, porque estos trajes son artesanos.
— Y como todo trabajo artesanal se llevará un buen tiempo de labor.
— No se puede asegurar el tiempo que se tarda en hacer un traje, ya que le dices al cliente que venga a probarse e igual no viene el jueves sino que lo hace un mes después y siempre vas con otros trajes por delante porque no puedes parar. No controlas el tiempo porque cada traje es diferente. Los bordados tienen mucho trabajo y yo no he dado nada a la calle. Aquí se ha hecho de todo. Hasta las bolitas manuales. De todo.
— Pero usted tendrá un equipo de trabajo.
— Lo tenía. Ya no, porque llevo un año jubilado. Mi mujer es la que ha bordado todos los trajes. es una bordadora excepcional...
Hablábamos en su casa museo y se paraba en un traje y en otro, como si fuese la primera vez que los veía. Disfrutaba y es que “todo esto es una virguería. Hay que hacer tres veces el dibujo, porque se hace un diseño, la entretela para meterle un bastidor y hay que pasar el dibujo en un color amarillo, por ejemplo, para que salga y luego hacerlo”. Un trabajo artesanal de enjundia que parece que, a nivel familiar, no va a tener continuidad.    
— Mis hijos no quieren. Me dicen, papá si te llevas quince o dieciséis horas trabajando. Ellos tienen sus carreras, terminan de trabajar el viernes y se acabó, aunque uno siempre tiene la ayuda de ellos pero no están metidos en el tema. Es una pena.
— ¿Y en Jerez?
— Se hacen cosas, se hacen trajes, pero este tipo de prendas es muy difícil.
— Me comentaba que comenzó en la sastrería a los quince años, pero desde cuándo trabajando el traje corto.           
— Pues desde que terminé el Servicio Militar, Vine y me establecí en la Plaza Esteve. Desde ese momento me dediqué en exclusiva al traje corto, que era lo que realmente me gustaba.
— Y todo el que quería un traje corto tenía que buscar a Antolín.
—Gracias a Dios, así ha sido, aunque me costó mucho trabajo, mucha lucha. Puse el escaparate con prendas cortas y luego había que hacerlas.  Pero a base de esfuerzo, dedicación y buen trabajo hemos salido hacia adelante y estoy muy reconocido en verdad.  
— Porque sus tíos no hacían estos trajes cortos.  
— Uno de ellos hacía algo, pero trajes normales, trajes cortos, pero sin tocar los bordados, Ni en oro, ni en azabache...
— ¿De qué trabajo se encuentra más satisfecho?
— Yo he hecho cosas preciosas. Para la propia Escuela he hecho preciosidades. En este pase de modelo del que hablábamos he sacado piezas que hice hace treinta y cinco años. Esos son joyas, ya no existen, ni las podría repetir tampoco porque yo a la Escuela la respeto mucho y la defiendo como si fuera mía. Cuando me dicen que quieren un traje como uno de esos, digo que lo siento, que igual no lo hago, quizá parecido.
— Ya, al estar jubilado, tampoco trabaja para la Escuela.
— Ya no, claro. Tengo cosas por ahí, de clientes que están fuera, que haya que rematar algo, algún detallito y encajárselo, porque está terminado, pero yo ya no puedo trabajar. 
— Pero sí recrearse en su museo
— Eso sí, me recreo constantemente. Estoy aquí solo, mirando los trajes y disfruto. Esto es mi vida.
— Una vida con muchos trabajos, algunos muy importantes...
— He hecho muchas cosas importantes. Hay muchas. He hecho muchas cosas a rejoneadores, no solo de Jerez, los Peralta, a toreros. Aquí han estado El Juli, Paco Ojeda..., muchos. Manuel Díaz El Cordobés también. La importancia es la satisfacción que uno siente cuando la gente viene a buscarte. Yo digo que muy malo no debo ser cuando la gente viene a mi casa.
— También vinieron, según me comentaba con anterioridad, para la boda de la infanta Elena.
— Ahí se hicieron los trajes para el coche que salió. Y los trajes se hicieron en oscuro porque no querían que se destacasen más que el traje de Marichalar. Pero esos trajes están todo bordados y tienen un trabajo horroroso, aunque no se aprecia. Esto es una locura porque está bordado entero.
— ¿Cómo contactó con usted la Casa Real?
— Por mediación de la Real Escuela. Como la carretela era de la Real Escuela, ella fue la que me encargó el trabajo.
— Otro trabajo más de los muchos realizados y que, sin duda, harán que le deje un legado importante a Jerez.
— Pienso que sí, que lo voy a dejar, pero no quiero decir nada porque parece que me estoy echando flores. Pero, efectivamente, eso está aquí. Hay gente en el extranjero que me dice que no me puedo jubilar, que no me puedo morir porque lo que yo hago no lo hace nadie y yo les digo que como me he quitado del Ocaso ya no me puedo morir, ja,ja, ja...
— Es que el extranjero también está la labor suya
— Hay mucha ropa mía. Mire, el contacto de la Real Escuela de Arte Ecuestre es muy importante. Hay gente que ha venido, se ha informado, han comprado caballos y han preguntado que quién hace las prendas y han venido y me han encargado trabajos con uno o dos años de anticipación.
— Habla con entusiasmo de la Escuela, quizá la gran desconocida para los jerezanos, cuando tanto vende Jerez fuera de nuestras fronteras.
— Y es una pena que en Jerez no se conozca. La Escuela es algo para el mundo y aquí hay gente que ni la conoce. Esto es como vivir en Jerez y no haber ido nunca a una bodega, que hay gente que no ha ido. La Escuela es una referencia mundial y, sin querer, yo también estoy enganchado al tema porque son cuarenta años de sastre. Todos los diseños y todas las prendas están hechas por mí.
— ¿Y de dónde ha bebido, ya que estamos en Jerez, para esos diseños espectaculares que han salido de sus manos?.
— Pues gracias al sacrifico, a la lucha y al entusiasmo por mejorar el trabajo. Ha habido que ir a la biblioteca y buscar, porque de esto no hay nada. Ni hay libros ni nada. Muchas prendas están basadas en cuadros pintorescos antiguos. Te vas quedando con los detalles y vas y lo haces. No puedes reformar. No puedes inventar . Eso es un absurdo. Esto es de trayectoria antigua y hay que mantener esa línea. Todo lo que sea inventar es deteriorar.
— Me da la impresión de que es usted más artista que artesano.
—Mire, lo que no me considero es sastre. Soy sastre porque con 14 ó 15 años me sentaba a coser y sé hacer una prenda. Muchos sastres saben cortar pero no saben trabajar la costura, porque lo gordo de los arreglos está basado en el taller . Yo eso lo conozco del hilo al pavilo, no tengo problemas...
— Le decía lo de artista por lo de la creatividad que me hablaba.
— Dentro de la lógica que hay, sí. Hemos creado. Antes todo el mundo vestía con una chaqueta negra y una chaqueta gris y un pantalón rayado. Hemos creado una serie de combinaciones e incluso al fabricante le hemos dicho que hiciese un dibujo para lo que queríamos..., unas patitas de gallo azules que no existían, unas prendas listaítas que tengo ahí, y hasta tengo el nombre en la orilla. Fabricado para Díaz Salazar, en exclusiva. Son cosas que hemos interpretado como nuevas, aunque, como todo en la vida, te las copian, pero si siempre vas por delante.
— Quien da primero da dos veces.
— Eso es.
— Lo que me parece es que Jerez, como ciudad, sí mantiene una deuda con usted
— En Jerez se ha vestido siempre muy bien de corto. Y me siento reconocido porque mucha gente   viene a buscarme. Con eso me basta. El otro día me llamó un señor de Huelva que había visto mis trajes por televisión y quería que le hiciese algo, pero ya le dije que no podía, aunque no he perdido el entusiasmo.
— Ya, pero me refería a que Jerez, como ciudad, a nivel institucional, no ha tenido ningún reconocimiento hacia su trabajo.
— La verdad es que hacen a mucha gente ilustre, pero yo soy una hormiguita. Lo que sí quiero es que si algún día me van a reconocer algo que se me reconozca en vida porque después ya no me interesa.
Suena el timbre. Es el fotógrafo. Se abraza con él. Se conocen hace tiempo. “Es alguien de confianza”, asegura mientras que en la calle Bizcocheros una tenue lluvia golpea sobre un asfalto que hace muchos años tenía una vida de gente transitando, de charlas vecinales, de amistades compartidas y que ahora marca un ritmo de vida distinto. Tan distinto como sería la vida hace setenta y nueve años cuando Antolín Díaz Salazar nació “en el barrio Santiago, en la esquina de la calle Lealas, con Ancha, por donde pasaban las vías del tren. Justamente donde estaba el Cine Riba. Mi casa daba a la calle Lealas”. Y recuerda que “mi padre era muy conocido, pues tenía una mercería. Estuvo en ella algún tiempo hasta que se fue con mis tíos que montaron una sastrería en la calle Los Remedios. Finalmente mi padre se hizo cargo de la sastrería y estuvo algún tiempo, algunos años, como sastre”. Y de ahí le nació la vocación.
— Lo mío yo diría que es vocacional, pero también soy autodidacta. Esto es mirar y copiar. Pero yo tuve la suerte de que Álvaro Domecq confiase en mí. Yo le hacía la ropa y un día me preguntó si con el nacimiento de la Escuela de Arte Ecuestre yo era capaz de hacer determinadas cosas. Y yo dije que sí. Mucha gente dice que qué suerte tuve en ese momento. Y yo digo que sí, pero que don Alvaro me metió, pero si hubiese sido malo o las prendas no  hubiesen gustado me hubiesen echado y hubiesen puesto a otro.
Y  la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre le ha hecho un reconocimiento, que no homenaje, que debe ser el primer paso para que Jerez sea capaz de tener el museo de traje corto abierto de par en par y para que más pronto que tarde se reconozca a Antolín Díaz Salazar como ese gran artesano que seguimos teniendo la suerte de disfrutar. En Bizcocheros 8 está su obra, un legado que Jerez no puede permitirse el lujo de perder, que ya demasiadas cosas se han perdido.

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