Algo menos cruenta, sin ningún muerto, ni siquiera un herido, fue la desgraciada entrada en el Congreso de los Diputados de unos descabezados guardias civiles al mando del coronel Tejero, el 23 de febrero de 1981. Dispararon al aire, ordenaron a los señores diputados que se tiraran al suelo, y los diputados, y los periodistas, y los invitados, se escondieron como conejos, con la excepción de tres personas: Adolfo Suárez, presidente del Gobierno; Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente; y Santiago Carrillo, secretario general del PCE. Los demás, al suelo. Y, si yo hubiera estado allí dentro, me hubiera agachado, no como un conejo, sino como una miserable rata.
¿Qué hubieran hecho los valientes de salón si hubieran estado allí? Nunca lo sabremos. Como llamaban en el Café Gijón a los que nunca habían publicado nada, “escritores bajo palabra de honor”, estos son valientes bajo palabra de honor, aunque el honor de los valientes de salón me suscita tanto respeto como el arte taurino de los que no se ponen delante del toro.